––Sí, lo es ––Le contesto a duras penas.
No me puedo creer que esto esté sucediendo, no puedo tener más mala suerte, en serio. ¿Por qué siempre me ocurren este tipo de cosas? ¿Qué le he hecho al mundo para que me trate de esta manera? Sería fácil echarle la culpa a alguien, pero no encuentro al culpable adecuado. ¿Mi hermano? ¿Quizás yo? Lo único que sé es que Víctor no ha sido, pero si comienzo a descartar, no acabaré jamás. No suelo creer en el destino, pero sí en que a cada acción, la precede una reacción, lo que quiere decir que en algo me estoy equivocando. Eso es más sencillo de resolver. Para empezar, no debería haber tenido esa clase de estúpidos pensamientos dirigidos hacia la fama. Evocándola como la única manera de resplandecer. Qué ingenuo fui, ahora estoy pagando por todas mis malas y poco meditadas decisiones.
Llevo años y años saliéndome con la mía, siempre conseguía lo que quería, saliendo así airoso de cualquier conflicto que se me presentase. Nunca he tenido problemas a la hora de cortejar o seducir a alguna chica. Suelen caer como moscas entre mis redes de mentiras, embaucadas por mis encantos, por llamarlos de alguna manera. No sé si Hugo es consciente del problema que esto supone. Llegamos a un acuerdo de que serían todas las chicas que él me ordenase, él las escogería, y yo debía obedecerle. No solía tener quejas respecto a sus decisiones, ya que él siempre intentaba elegir a una chica agraciada y de apariencia simpática. No se molestaba en escoger ni a la más difícil, ni a la más facilona, ya que le demostré que aquello no era ninguna clase de impedimento para que yo llevara a cabo mi extraña labor.
En cuanto mi hermano me ha anunciado de quién se trataba la siguiente y última víctima, ha dado media vuelta, y comenzado a andar calle abajo, sin tan siquiera despedirse, parecía contento, ya que caminaba dando pequeños saltitos y silbando a su vez. Comprendo que él no sea consciente de lo que suponga para mí su oportuna elección, pero aún así sus ánimos me parecen exagerados y traicioneros. ¿Y si no es tan inconsciente como yo creo y lo único que quiere es divertirse un rato mientras que yo sufro? No creo, mi hermano ha demostrado estar cambiando, ya no se muestra tan ajeno a mí, y desde que salió a la luz su horrible secreto, nos hemos unido más. Es triste que eso sea así, que deban ocurrir esta serie de sucesos para que debamos reaccionar y comenzar a tratarnos como una familia. Pero los escarmientos son los que nos hacen poner los pies sobre la tierra, y aunque nos ayuden de la peor forma posible, es de la única manera en la que seremos verdaderamente conscientes de lo que estamos haciendo.
Víctor y yo comenzamos a caminar, sé que ni tan siquiera me he visto reflejado en un espejo ni en ninguna otra parte, pero en cuanto he descubierto de quién hablaba Hugo, se me ha helado la sangre y la cara se me ha puesto blanca como el alabastro. El corazón se me paró en ese mismo instante, y aunque realmente fuera una ilusión, parecieron horas lo que permanecí así. Mi amigo de oscuros cabellos ni tan siquiera me dirige la mirada, no sabe qué hacer ni qué decir, por lo que es mejor permanecer en el silencio y esconderse tras su manto. Él conoce toda la historia, cómo comenzó, y cómo acabó. Creo que es la única persona que realmente la conoce de principio a final con todos los detalles, aparte de ella y yo. Cuando llegamos a la zona donde la gente deja reposar sus bicicletas, nos paramos y apoyamos sobre la barandilla esperando a que toque el timbre que de la señal del inicio de las clases.
––¿Qué vas a hacer? ––Me pregunta dudoso.
––¿Qué crees que voy a hacer? ––Le respondo con otra pregunta mirándole directamente a los ojos–– Es tan solo un reto, un juego. Quizás hasta resulte divertido.
––Oh, no, ni se te ocurra ––suelta Víctor de repente, poniendo una mano sobre la barandilla para impulsarse––, me niego a que vuelvas a tener esa actitud. Te lo prohíbo.
Me dice esa última frase de la manera más seria posible, pero en su amago de hacerlo sonar contundente, no puedo evitar reírme de su cara de concentración. Lo siento, pero no puedo tomarle en serio cuando se pone así, es tan poco normal que parece que lo haga a propósito. Me pega un suave bofetón que me obliga a dejar de reír. Ahora parece más serio que antes, así sí que me puedo creer su pose.
Lo que teme es que vuelva a ser aquel estúpido engreído al que todo el mundo odiaba. Hubo una época en la que no tenía amigos, fue un corto periodo, pero bastante duro. Por aquellos tiempos todavía no era amigo de Víctor, y Mario y Óscar se habían ido por sus respectivos caminos, así que me veía completamente solo y abandonado, pero yo continuaba teniendo el ego a escalas fuera de lo normal. Nada más pensarlo, me entra angustia y odio hacia mí mismo. ¿Cómo pude convertirme en ese monstruo? Incluso mis andares resultaban extraños, los cuales intentando mostrar chulería, acababan pareciendo una extraña demostración de cómo camina un pato. Comencé a trabar amistad con Víctor tras pasar varios meses viviendo aquella dura etapa. Me convertí en la versión en miniatura de mi querido hermano mayor. Cada día me parecía más a él, más despreciable, más prepotente, más idiota. Pero entonces apareció Víctor, que consiguió bajarme los humos. Si no hubiera sido por él, jamás habría conseguido salir de aquel horrible personaje que yo mismo creé.
––Tranquilo, no tengo ganas de pasar por eso de nuevo... ––le confieso para tranquilizarle.
––Sin mí estarías hecho una mierda ––dice con renovado optimismo y pequeños matices de regocijo, por no decir enormes.
––Cierra el pico.
Por la puerta de la cafetería vemos salir al resto de nuestro extraño grupo. En cuanto Rebeca divisa a Víctor, sale corriendo en su dirección para darle los buenos días con un abrazo y un beso. Cuando el resto llega hasta donde nos encontramos, comienzan a ofrecerles abucheos gratuitos, pero ellos continúan. Rebeca y él llevan mucho tiempo juntos, ya ni me acuerdo de cuánto, pero estoy seguro de que lo suyo es de verdad. Rebeca es una chica preciosa. Pelo medio largo, liso y rubio, unos ojos del color del caramelo y unos hoyuelos encantadores en las mejillas que le dan aspecto de niña pequeña. Lo cierto es que no es muy alta, medirá un metro sesenta, o poco más, y Víctor es igual de alto que yo, por lo que hacen una pareja de dimensiones desconcertantes. Pero son muy tiernos, y ese dato queda en segundo lugar.
––Óli, ¿te pasa algo? ––Me pregunta Lorena torciendo el gesto para mirarme. Noto cómo sus ojos intentan analizarme, y eso me incomoda, por lo que dirijo la vista hacia una bici roja que tengo a mi derecha–– Sí, a ti te pasa algo. Cuenta.
––Vale, lo diré... ––comienzo a decir––, hoy, cuando he entrado a la cocina a desayunar, he ido a coger mis cereales favoritos, pero no quedaban.
––Eres gilipollas ––concluye Lorena sin darme opción a avisar de que era una broma, ya que sino, puede llegar a tomárselo en serio. Es muy tozuda.
Le revuelvo el pelo para llamar su atención y que el resto del día no esté picada conmigo, y como no reacciona ni tan siquiera para volver a colocarse los mechones lisos en su lugar, comienzo a hacerle cosquillas por la cintura. Se retuerce varias veces dejando escapar alguna que otra risilla, pero al final me pide que pare, y con una sonrisa y la victoria entre mis manos, comienzo a hablar con Samuel sobre un examen de Química que tenemos la semana que viene, y le pido el libro para fotocopiármelo, ya que no lo encuentro por ninguna parte.
Casi al instante toca el timbre y todo el alumnado todavía adormecido, comienza a deambular hasta hallar el lugar donde se sitúa la puerta de entrada, y a partir de ahí, empezar con su nuevo día lleno de actividades educativas y sobretodo, entretenidas, como siempre decía un profesor que tuve en el colegio. Caminamos en barrera, impidiendo el paso de nadie, hasta llegar a las escaleras que ascienden hasta el templo del saber.
Entonces es cuando la veo, bueno, veo su espalda. Se encuentra justo delante de mí, caminando en fila a la espera de poder entrar a clase. A la misma clase que yo. Ni tan siquiera se cerciora de mi presencia, y si lo ha hecho, no le da ni la menor importancia. A veces me pregunto por qué llegó a suceder todo aquello entre nosotros, y la verdad es que nunca encontré motivos, y parece ser que nunca los encontraré. Es una lástima, porque todos aquellos entrañables recuerdos, me obligan a esbozar una sonrisa. ¿Fue mi culpa? Esa es la pregunta que siempre se formula en mi cabeza de manera inconsciente, o eso es lo que quiero creer. Absorto en mis pensamientos, tropiezo sin querer haciendo que el libro que llevo entre las manos, salga volando por los aires. Escucho de fondo alguna que otra risilla, pero nadie le da mucha importancia. Nadie excepto Amelia.
––Pobre tonto... –– Dice mi próxima víctima.