viernes, 22 de febrero de 2013

30. DESTINO.

      ––Óliver, ¿es...? ––Me pregunta Víctor interrumpiéndose a sí mismo, esperando a que yo termine la frase.
––Sí, lo es ––Le contesto a duras penas.
No me puedo creer que esto esté sucediendo, no puedo tener más mala suerte, en serio. ¿Por qué siempre me ocurren este tipo de cosas? ¿Qué le he hecho al mundo para que me trate de esta manera? Sería fácil echarle la culpa a alguien, pero no encuentro al culpable adecuado. ¿Mi hermano? ¿Quizás yo? Lo único que sé es que Víctor no ha sido, pero si comienzo a descartar, no acabaré jamás. No suelo creer en el destino, pero sí en que a cada acción, la precede una reacción, lo que quiere decir que en algo me estoy equivocando. Eso es más sencillo de resolver. Para empezar, no debería haber tenido esa clase de estúpidos pensamientos dirigidos hacia la fama. Evocándola como la única manera de resplandecer. Qué ingenuo fui, ahora estoy pagando por todas mis malas y poco meditadas decisiones. 
Llevo años y años saliéndome con la mía, siempre conseguía lo que quería, saliendo así airoso de cualquier conflicto que se me presentase. Nunca he tenido problemas a la hora de cortejar o seducir a alguna chica. Suelen caer como moscas entre mis redes de mentiras, embaucadas por mis encantos, por llamarlos de alguna manera. No sé si Hugo es consciente del problema que esto supone. Llegamos a un acuerdo de que serían todas las chicas que él me ordenase, él las escogería, y yo debía obedecerle. No solía tener quejas respecto a sus decisiones, ya que él siempre intentaba elegir a una chica agraciada y de apariencia simpática. No se molestaba en escoger ni a la más difícil, ni a la más facilona, ya que le demostré que aquello no era ninguna clase de impedimento para que yo llevara a cabo mi extraña labor.
En cuanto mi hermano me ha anunciado de quién se trataba la siguiente y última víctima, ha dado media vuelta, y comenzado a andar calle abajo, sin tan siquiera despedirse, parecía contento, ya que caminaba dando pequeños saltitos y silbando a su vez. Comprendo que él no sea consciente de lo que suponga para mí su oportuna elección, pero aún así sus ánimos me parecen exagerados y traicioneros. ¿Y si no es tan inconsciente como yo creo y lo único que quiere es divertirse un rato mientras que yo sufro? No creo, mi hermano ha demostrado estar cambiando, ya no se muestra tan ajeno a mí, y desde que salió a la luz su horrible secreto, nos hemos unido más. Es triste que eso sea así, que deban ocurrir esta serie de sucesos para que debamos reaccionar y comenzar a tratarnos como una familia. Pero los escarmientos son los que nos hacen poner los pies sobre la tierra, y aunque nos ayuden de la peor forma posible, es de la única manera en la que seremos verdaderamente conscientes de lo que estamos haciendo.
Víctor y yo comenzamos a caminar, sé que ni tan siquiera me he visto reflejado en un espejo ni en ninguna otra parte, pero en cuanto he descubierto de quién hablaba Hugo, se me ha helado la sangre y la cara se me ha puesto blanca como el alabastro. El corazón se me paró en ese mismo instante, y aunque realmente fuera una ilusión, parecieron horas lo que permanecí así. Mi amigo de oscuros cabellos ni tan siquiera me dirige la mirada, no sabe qué hacer ni qué decir, por lo que es mejor permanecer en el silencio y esconderse tras su manto. Él conoce toda la historia, cómo comenzó, y cómo acabó. Creo que es la única persona que realmente la conoce de principio a final con todos los detalles, aparte de ella y yo. Cuando llegamos a la zona donde la gente deja reposar sus bicicletas, nos paramos y apoyamos sobre la barandilla esperando a que toque el timbre que de la señal del inicio de las clases.
––¿Qué vas a hacer? ––Me pregunta dudoso.
––¿Qué crees que voy a hacer? ––Le respondo con otra pregunta mirándole directamente a los ojos–– Es tan solo un reto, un juego. Quizás hasta resulte divertido.
––Oh, no, ni se te ocurra ––suelta Víctor de repente, poniendo una mano sobre la barandilla para impulsarse––, me niego a que vuelvas a tener esa actitud. Te lo prohíbo.
Me dice esa última frase de la manera más seria posible, pero en su amago de hacerlo sonar contundente, no puedo evitar reírme de su cara de concentración. Lo siento, pero no puedo tomarle en serio cuando se pone así, es tan poco normal que parece que lo haga a propósito. Me pega un suave bofetón que me obliga a dejar de reír. Ahora parece más serio que antes, así sí que me puedo creer su pose. 
Lo que teme es que vuelva a ser aquel estúpido engreído al que todo el mundo odiaba. Hubo una época en la que no tenía amigos, fue un corto periodo, pero bastante duro. Por aquellos tiempos todavía no era amigo de Víctor, y Mario y Óscar se habían ido por sus respectivos caminos, así que me veía completamente solo y abandonado, pero yo continuaba teniendo el ego a escalas fuera de lo normal. Nada más pensarlo, me entra angustia y odio hacia mí mismo. ¿Cómo pude convertirme en ese monstruo? Incluso mis andares resultaban extraños, los cuales intentando mostrar chulería, acababan pareciendo una extraña demostración de cómo camina un pato. Comencé a trabar amistad con Víctor tras pasar varios meses viviendo aquella dura etapa. Me convertí en la versión en miniatura de mi querido hermano mayor. Cada día me parecía más a él, más despreciable, más prepotente, más idiota. Pero entonces apareció Víctor, que consiguió bajarme los humos. Si no hubiera sido por él, jamás habría conseguido salir de aquel horrible personaje que yo mismo creé.
––Tranquilo, no tengo ganas de pasar por eso de nuevo... ––le confieso para tranquilizarle.
––Sin mí estarías hecho una mierda ––dice con renovado optimismo y pequeños matices de regocijo, por no decir enormes.
––Cierra el pico.
Por la puerta de la cafetería vemos salir al resto de nuestro extraño grupo. En cuanto Rebeca divisa a Víctor, sale corriendo en su dirección para darle los buenos días con un abrazo y un beso. Cuando el resto llega hasta donde nos encontramos, comienzan a ofrecerles abucheos gratuitos, pero ellos continúan. Rebeca y él llevan mucho tiempo juntos, ya ni me acuerdo de cuánto, pero estoy seguro de que lo suyo es de verdad. Rebeca es una chica preciosa. Pelo medio largo, liso y rubio, unos ojos del color del caramelo y unos hoyuelos encantadores en las mejillas que le dan aspecto de niña pequeña. Lo cierto es que no es muy alta, medirá un metro sesenta, o poco más, y Víctor es igual de alto que yo, por lo que hacen una pareja de dimensiones desconcertantes. Pero son muy tiernos, y ese dato queda en segundo lugar.
––Óli, ¿te pasa algo? ––Me pregunta Lorena torciendo el gesto para mirarme. Noto cómo sus ojos intentan analizarme, y eso me incomoda, por lo que dirijo la vista hacia una bici roja que tengo a mi derecha–– Sí, a ti te pasa algo. Cuenta.
––Vale, lo diré... ––comienzo a decir––, hoy, cuando he entrado a la cocina a desayunar, he ido a coger mis cereales favoritos, pero no quedaban. 
––Eres gilipollas ––concluye Lorena sin darme opción a avisar de que era una broma, ya que sino, puede llegar a tomárselo en serio. Es muy tozuda.
Le revuelvo el pelo para llamar su atención y que el resto del día no esté picada conmigo, y como no reacciona ni tan siquiera para volver a colocarse los mechones lisos en su lugar, comienzo a hacerle cosquillas por la cintura. Se retuerce varias veces dejando escapar alguna que otra risilla, pero al final me pide que pare, y con una sonrisa y la victoria entre mis manos, comienzo a hablar con Samuel sobre un examen de Química que tenemos la semana que viene, y le pido el libro para fotocopiármelo, ya que no lo encuentro por ninguna parte.
Casi al instante toca el timbre y todo el alumnado todavía adormecido, comienza a deambular hasta hallar el lugar donde se sitúa la puerta de entrada, y a partir de ahí, empezar con su nuevo día lleno de actividades educativas y sobretodo, entretenidas, como siempre decía un profesor que tuve en el colegio. Caminamos en barrera, impidiendo el paso de nadie, hasta llegar a las escaleras que ascienden hasta el templo del saber. 
Entonces es cuando la veo, bueno, veo su espalda. Se encuentra justo delante de mí, caminando en fila a la espera de poder entrar a clase. A la misma clase que yo. Ni tan siquiera se cerciora de mi presencia, y si lo ha hecho, no le da ni la menor importancia. A veces me pregunto por qué llegó a suceder todo aquello entre nosotros, y la verdad es que nunca encontré motivos, y parece ser que nunca los encontraré. Es una lástima, porque todos aquellos entrañables recuerdos, me obligan a esbozar una sonrisa. ¿Fue mi culpa? Esa es la pregunta que siempre se formula en mi cabeza de manera inconsciente, o eso es lo que quiero creer. Absorto en mis pensamientos, tropiezo sin querer haciendo que el libro que llevo entre las manos, salga volando por los aires. Escucho de fondo alguna que otra risilla, pero nadie le da mucha importancia. Nadie excepto Amelia.
––Pobre tonto... –– Dice mi próxima víctima.


viernes, 15 de febrero de 2013

29. ÚLTIMA.


– Eh, levanta, en quince minutos tenemos que salir por la puerta –sentencia alguien con brusquedad, sacudiéndome encima de mi cómoda y cálida cama–. Arrea.
Cuando consigo que Hugo desaparezca de mi habitación a base de gruñidos suplicando que me dejara en paz durante unos minutos, lentamente, poso los pies sobre el frío suelo de parqué. Busco a tientas las zapatillas que, como de costumbre, se han escondido bajo la cama. Y cuando consigo alcanzarlas, me restriego los ojos con el dorso de la mano haciendo ademán de despertarme de manera definitivamente, pero camino todavía ligeramente grogui hasta el baño, donde me encierro de un suave portazo.
No me gustan los jueves, es el día de la semana que más largo se me antoja. Es uno de los días que debo salir a las tres de la tarde en vez de a las dos, pero las asignaturas de los jueves, me resultan una manera aplastante de ir acabando la semana. Aquel que tuvo la grandísima idea de crear únicamente dos días para el fin de semana, estaba completamente enojado con el mundo. Tengo claro que si preparar aquello hubiera sido mi tarea, como mínimo, habría dejado los mismos días de descanso que lectivos, para compensar. Habría sido un buen creador del mundo.
Con gesto achinado por culpa de la penetrante luz, contemplo mi rostro reflejado en el espejo. Me echo agua en abudancia recogida entre las manos y me las llevo a la cara para avisparme. El efecto es casi inmediato. Toso un poco porque he sido lo suficientemente listo como para hacer que se me metiera agua por la nariz. Cuando ya estoy aseado, miro mi pelo. Me pregunto qué debo haber hecho para que acabe en este estado. Anoche estaba perfectamente posicionado, y ahora cada mechón va en una dirección diferente. Es algo que no me suele pasar, me levanto tal cual me acuesto. Alucinado ante el fenómeno que mis ojos presencian, saco un peine del cajón del maquillaje de mi madre, y me aliso el cabello enmarañado para darle un aspecto más humano. Cuando acabo con un resultado satisfactorio, camino por el pasillo dando pequeños saltitos, ya que llevo dos días con la misma cancioncilla en la cabeza, y no puedo evitar dejar de tararearla.
– Buenos días –saludo a mi hermano, el cual está sentado en su sitio con un bol de cereales con leche justo enfrente. Ya está dispuesto a salir por la puerta en cuando se acabe su desayuno, ya que se ha deshecho de su pijama gris para sustituirlo por unos vaqueros rojos y una camiseta de manga corta blanca. Le ofrezco un silbido piropeándole–. Qué guapo vas, estás diferente, ¿te has duchado? –Pregunto sarcásticamente. Mi hermano es un chico al que no suele importarle mucho la ropa, por eso me sorprende verle tan medianamente arreglado.
– Qué gracioso –me contesta arrugando el rostro, con odio–. Tienes una chispa... de mayor mechero.
Le río el chiste malo para que lo que comienza siendo una broma, no derive en una batalla campal entre hermanos, cosa que suele pasar continuamente. Nuestra pequeña conversación mañanera no da más de sí, cosa que no me sorprende, ya que mi hermano nunca ha sido muy charlatán y solo pronuncia palabra cuando le hacen referencia a algo o se ve obligado a abrir la boca, pero si fuera por él, jamás mantendría una conversación con nadie, y se limitaría a asentir y hacer gestos.
Una vez terminado el desayuno en súbito silencio con la maravillosa compañía de mi hermano mayor, me encamino hasta mi cuarto para cambiarme de ropa. Me decanto por unos vaqueros oscuros y una camiseta de tirantes de The Who, uno de mis grupos favoritos. Me pongo mis zapatilla rojas desgastadas por el uso y dudo en ponerme un gorro o no. Me lo pruebo colocándome justo enfrente del espejo para decidir qué hacer, pero de pronto entra Hugo sin avisar, y pego un bote, asustado.
– Date prisa que te... Tío, ¿qué haces con un gorro? –Me pregunta sin comprender nada– No sé si sabes que estamos casi en verano, y que hace un calor del copón y... Dios mío, pareces gay –concluye como si no hubiera un adjetivo que me definiera mejor.
– Pues ligo más que tú, a las señoritas les gustan los gorros –Le espeto con maldad recriminándole mi éxito. Sale de mi habitación cerrando la puerta tras de sí, sin comentar nada más. Le lanzo el gorro pero no consigue ver mi gesto.
Al final decido no ponerme el gorro, no porque mi hermano opine que parezca homosexual, ya que es algo que no me importa, sino porque tiene razón en lo de que hace demasiado calor como para ir con un gorro por la vida. Voy un momento al baño para lavarme los dientes y corro de vuelta a mi habitación para coger la mochila y el skate, ya que llegamos tarde y Víctor debe estar esperándonos abajo. Mucha paciencia debe tener para conseguir aguantar mi impuntualidad. Eso es un amigo de verdad y lo demás son tonterías.
Cuando salgo por la puerta me veo a mi hermano apoyado en la pared aparentemente esperando a que saliera de una vez. Sé que soy muy pesado, pero no puedo evitarlo. A veces. Me mira la cabeza y me muestra una media sonrisa de complicidad. ¿Cree que ha ganado? No tiene ni idea.
Salimos por la puerta, Hugo se encarga de cerrar con llave, ya que mamá y Carlos se han ido a trabajar muy temprano y nos han dejado a nosotros dos solos. Bajamos las escaleras con rapidez ya que vamos justos de tiempo, y me veo a Víctor apoyado en la puerta de nuestro portal agitando la pierna. Eso significa que está nervioso y que lleva demasiado tiempo esperando y que me va a gritar y decir cosas que no siento necesidad de escuchar. Hay veces en las que parece mi madre, y prefiero desconectar del mundo. Como hacía mi abuelo, que cada vez que no quería escuchar una conversación, como era sordo, se apagaba el aparato que le permitía estar atento a lo que ocurriese a su alrededor. Era un sabio hombre.
– Hola guapo, ¿esperas a alguien? –Digo poniendo voz de mujer, ya que como está de espaldas, no puede alcanzar a verme y se gira asustado. Cuando lo hace me propina un buen puñetazo en el brazo que, sinceramente, me ha dolido, pero continuo riéndome. Hugo sale por la puerta con desdén– Así no se trata a una mujer.
– ¿Qué mosca te ha picado hoy? Estás demasiado... Alegre –dice a medida que va pensando sus palabras–. Es por la mañana, por la mañana nadie debe estar alegre, y menos en horario lectivo.
– Es que los jueves intento tomarlos con una sonrisa, para que no sean tan pesados como la realidad quiere que sean –le explico con una media sonrisa dibujada en el rostro.
Es así. Por no llorar, prefiero sonreír, que es mucho más sencillo, y no deja marca. Todo aquello que me resulta desagradable, intento transformarlo en algo bueno, mirándolo desde otro punto de vista, para no amargarme. Hay veces en las que es inevitable deprimirse y estar triste, es más, la mayoría del tiempo parezco estar alicaído y con gesto pensativo, pero intento tener en cuenta que debo ser feliz, y sonriendo es la manera más sencilla de serlo. Es una teoría que llevo labrando desde hace un tiempo, pero que realmente, ponerlo en práctica, han sido un par de veces. El resultado es efectivo, pero es más complejo de lo que asemeja ser.
Me monto en mi viejo skate y les adelanto para que me de el aire en la cara, notar la brisa peinando mi castaño cabello. Es una grata sensación, como rozando la libertad, aunque ese es un termino evidentemente más grande y glorioso. Nos aseguran con total certeza que vivimos en libertad, siguiendo nuestros derechos los cuales deberían ser justos, pero, ¿y si esa no es la verdadera libertad? Es algo que se puede modificar a gusto de cada uno. Para alguien nadar en la playa puede significar libertad, o ir desnudo. Personalmente, lo defino como una especie de limite, meta que nosotros mismos nos forjamos. Soy un poco extraño, puedo estar tan tranquilo que de repente le comienzo a dar vueltas a cualquier cosa.
En menos de lo que me esperaba, llegamos al instituto. No llegábamos tan tarde como Hugo y Víctor creían, ya que todo el alumnado se encuentra fuera a la espera de que toque el timbre. Como me he adelantado para estar un rato solo, les espero al lado del aparcamiento. Vienen arrastrando los pies y hablando sobre temas intrascendentes. De vez en cuando uno de los dos se ríe, me gusta que se lleven tan bien. Hugo siempre dice que Víctor es como el hermano pequeño que nunca tuvo. Y ahí es cuando se supone que debo sentirme ofendido, pero realmente no me importa en absoluto.
– Venga, dime quién es la número cien –le insto, ansioso. Reconozco que estoy nervioso y claramente alterado, quizás sea la verdadera razón de mi actitud.
– Pues espérate que la busque, pero a lo mejor ni la encuentro, que aquí hay mucha gente.
Víctor y yo nos apoyamos en el capó de un coche rojo, el cual sabemos que es de David, un amigo nuestro, y seguro que no le dará la menor importancia. Observo el rostro concentrado de mi hermano, realmente está interesado en encontrar a aquella chica, le veo dirigir la mirada por todos los rincones del instituto. Nunca me pongo nervioso cuando me va a decir quién es la siguiente víctima, pero curiosamente, lo estoy. Es algo extraño, es la última vez que esto sucederá, y por un lado, incluso me da lástima. Me acuerdo cuando me asusté al preguntarle a Hugo si debía salir con todas ellas, pero me lo negó rotundamente, alegando que con que me liara con ellas, sobraba. Lo tomé en cuenta, pero apenas lo puse en práctica. Sé que soy el menos indicado para decirlo, pero no me gustan los líos de un día. Sé que con todas las chicas que he salido, lo que sentía no era totalmente verdadero, pero pasábamos buenos momentos. Es algo que solamente yo comprendo.
– A lo mejor no ha lleg...
– ¡Ahí está! –Me interrumpe abriendo los ojos como platos– ¡Ahí, esa es, sentada en las escaleras de la entrada! Pelo largo, castaño y ondulado. Está leyendo un libro o algo, y lleva una camiseta gris y unos pantalones oscuros.
Me pongo en pie, justo a su lado para poder saber de quién se trata. Víctor, interesado, se nos une, y es el primero en ver de quién se trata. Lo sé porque abre la boca diciendo 'Joder'. Yo continúo buscándola con la mirada, ya que en las escaleras siempre hay muchas gente y estamos muy lejos como para poder reconocer bien a cada uno de los que se encuentran allí. Después de varios intentos, levanta la cabeza y mira en nuestra dirección. Se me hiela la sangre al reconocer a la chica de largos cabellos castaños de la cual hablaba mi hermano. Es ella. No puede ser.