Recojo en silencio a la vez que le devuelvo a Carla el bolígrafo que me ha prestado durante las tres primeras horas de clase, ya que el mío se ha gastado. Durante ese tiempo, he permanecido distante y tenso, cabizbajo sin tan siquiera dirigir la mirada a la pizarra. He saludado con un mísero susurro a Carla, que ha decidido no intervenir, y ha hecho bien. He usado estas tres primeras horas para meditar toda la información que he recibido esta misma mañana. Para ser breves, tengo que conquistar a Amelia, aquella chica con ojos del color de las avellanas que solamente muestra un sentimiento de odio constante hacia mi persona. Ya son muchos años así, pero esta vez me supone un auténtico problema. Es un reto difícil, pero no imposible.
Lo de que es posible, de cierto modo, es relativo, necesitaré tiempo, mucho tiempo, y el tiempo es algo que no tengo. Quedan pocas semanas para que el curso acabe, y no creo que sea sencillo conseguir acercarme a ella durante ese intervalo de tiempo. Quizás si se tratase de otra chica, habría sido más sencillo. También he pensado en pedirle a mi hermano que cambie de objetivo, pero he descartado esa idea de inmediato, ya que se va a negar rotundamente, como ya pasó una vez con Laura Aragón, una chica a la cual odiaba profundamente, y el sentimiento era mutuo. No recuerdo las raíces de ese odio, solamente sé que la odiaba con toda mi alma, pero al final cedió, como todas. Le pedí a mi hermano que escogiera a otra chica, y estuve suplicándole durante mucho tiempo, pero ni tan siquiera se inmutó y ya me avisó de que no cedería ante mis palabras.
En cuanto he visto a Carla entrar a clase a primera hora, ha sido inevitable el desear que hubiera sido ella la chica que mi hermano había elegido. Habría sido mucho más sencillo, ya que Hugo no es conocedor de toda la información que posee Carla sobre este tema, y tan solo deberíamos fingir. Y además, ella me cae de maravilla y estoy seguro de que me habría ayudado sin dudarlo ni un segundo. Es una lástima que esto esté sucediendo. Hablando de Carla, debería contarle la elección de mi hermano, y saber qué piensa respecto a esta. Miro a mi izquierda y ahí está ella, con su castaño pelo recogido en una coleta, y su ropa de tonos claros. Sin darme cuenta me quedo mirándola de un modo bastante extraño, así que cuando se da cuenta, me llama la atención.
––Eh, ¿te pasa algo? ––Me pregunta chasqueando los dedos delante de mi cara–– ¿Qué estás mirando?
––Nada, nada... ––le digo tras reaccionar–– ¿puedo hablar contigo un segundo?
Asiente con la cabeza y con una ancha sonrisa dibujada en la cara. Después de haber mantenido aquella conversación en el parque, la noto más cercana, como si la barrera abstracta que nos separaba, se hubiese destruido. Es un cambio que me gusta, si no hubiera sido así, jamás habría descubierto lo simpática que es. Antes de salir por la puerta con Carla a mi lado, lanzo una rápida mirada tras de mí, y ahí se encuentra ella, recogiendo su desordenada y abarrotada mesa. La observo guardar todos los bolígrafos en su estuche, y mi mirada pasa de sus manos, a su pelo, de su pelo, a sus ojos, y de sus ojos, a sus labios. Tiene unos labios rosados preciosos, nunca usa pintalabios, y ni falta que le hace. He de admitir que es preciosa, y eso me duele.
––¡Vamos! ––Me llama Carla la atención, ya que estoy creando un tapón impidiendo la salida del resto de los alumnos.
Salgo detrás de ella por la puerta y a continuación me pongo a su altura. Caminamos en silencio, ella dando pequeños y alegres botes de felicidad, y yo con las manos escondidas en los bolsillos de mis vaqueros. ¿A qué vendrá tanta alegría? Suele ser más calmada y distante, ¿qué pensamientos estarán navegando por su enrevesada mente? Es algo que me intriga y a la vez me desconcierta. Tras pasar un minuto, llegamos a las escaleras donde me encontró el otro día frustrado con la gente que se reía de mí.
––Aquí estamos, dispara.
––Mi hermano me ha dicho cuál es la siguiente chica ––le comento. Se cruza de brazos y me mira expectante––, y es Amelia.
––¿Amelia? ––Me pregunta incrédula, como si estuviera dudando de si había escuchado bien. Es consciente del mutuo odio que habita entre nosotros, es más, lo sabe todo el instituto. Normalmente en clase, cuando hacemos debates, acabamos llevándonos las manos al cuello. Y puede que nuestra manera de pensar, a veces coincida, pero siempre estaremos el uno contra el otro–– ¿Tu hermano te odia, o cómo?
––Es algo que me he estado planteando.
Y es cierto, ha sido una de mis conclusiones. Mi hermano me odia. O mi hermano, o el mundo, pero hay alguien a quien no le agrado, y coloquialmente, esta es su manera de transmitírmelo. Carla no conoce la historia completa, es más, solamente una persona conoce la historia. Y ese individuo es Víctor. Todo el instituto sabe que no nos podemos soportar el uno al otro. Cada vez que nos cruzamos por los pasillos, saltan chispas, y de vez en cuando la tensión que existe entre nosotros, puede ser cortada con un cuchillo. Cada vez que lo pienso, me pregunto cómo nuestra pequeña historia, pudo generar semejante odio. Fue imperceptible el momento en que acabó, es uno de los mayores enigmas que se me han planteado en mi corta vida. ¿Que sucedió? Me suelo preguntar a mí mismo. ¿Qué hice? ¿Por qué? Son otras preguntas que siguen a la primera. Cada vez que me enfrasco en ese tema, ese debate interno en el cual únicamente yo busco una solución, acabo confuso y enfadado. Confuso porque a fin de cuentas, nunca consigo encontrar una respuesta contundente, y enfadado porque no entiendo nada.
––¿Estás bien? ––Me pregunta Carla, tras un largo silencio.
––Sí, o eso creo ––pongo en duda las sensaciones que experimento en estos momentos, y mi conclusión deriva en una simple confusión.
Creo que Carla debería conocer toda la historia para poder ponerse mejor en mi piel. Aunque quizás me esté precipitando. No es que sea una historia llena de secretos y misterios, la única trama que tiene es que solamente tres personas la conocemos, y eso la convierte especial, de algún modo. La verdad es que no sé si Amelia se dedicó a contarle a sus amigos lo sucedido entre nosotros, aunque ella, sinceramente, no es una chica muy sociable, y solamente la veo con una misma chica, o sino, sola. La chica de la que suele ir acompañada es Irina, una joven repetidora que en cuarto iba a mi clase. Es bastante original, por no decir extraña. Está considerada como una chica diferente, y por ello ha sido rechazada por el instituto. Repitió no porque sacara malas notas, lo contrario, es una alumna excelente, el único problema es que ella no se sentía a gusto con su clase, pues solamente se dedicaban a insultarla por su afición al manga, en ánime, y a tintarse el pelo de coloridos tonos. Por lo tanto, sus padres tomaron la decisión de dejarla repetir curso, y los resultados fueron satisfactorios, ya que fue allí donde conoció a Amelia, y se hicieron, por así decirlo, íntimas. He de reconocer que en un principio, Irina me daba miedo, pero demostró ser una chica muy agradable, y que bajo ese estilo muy propio, se encontraba una adolescente con pensamientos normales y corrientes.
––Creo que deberías saber algo ––comienzo diciendo. Ella asiente y me mira atenta a la vez que se alisa el pelo con los dedos––. Amelia y yo no nos llevamos mal por una simple inspiración divina, es algo más complejo, de lo que ni yo mismo soy consciente. No sé si lo sabes, pero yo antes, cuando mis padres seguían juntos, vivía en otra casa. Estaba un poco alejada del centro de la ciudad, pero era un lugar cómodo. Viví allí hasta los cinco años. El caso es que en la casa de enfrente vivía una feliz pareja con tres hijos: dos chicos, y una chica. El mayor se llamaba Javier, el mediano Adrián y la pequeña, Amelia. En efecto, Amelia fue mi vecina hasta los cinco años. Sus padres y los míos fueron amigos en cuanto los de ella se mudaron enfrente de nuestra casa, cuando ellos solamente tenían a Javier y a Adrián. Nuestras madres siempre iban de compras juntas, y cada vez que quedaban para tomar algo, se quedaban hasta las tantas charlando. Nuestros padres eran compañeros de butaca, no se perdían ni un partido de fútbol, ni uno. Bueno, luego mi madre se quedó embarazada de mí, y casualmente, unas semanas más tarde, la madre de Amelia, les anunciaba la bienvenida de un nuevo compañero de hogar. Tras nueve meses transcurridos, nací yo, y dos meses después, ella. Desde el primer día, nuestras madres nos paseaban en nuestros carritos, y nos vestían a juego. Tengo un álbum lleno de fotos de nosotros de bebés. Fuimos a la misma guardería, y todas las tardes íbamos a jugar al parque. Ella era mi mejor amiga en el mundo entero, y yo el suyo, pero unos años después, mis padres se divorciaron y mi hermano y yo nos mudamos con mi madre a mi actual piso. No volvería a tener a Amelia en la acera de enfrente, ya no podría ir a merendar pan con chocolate a su casa. Ella y yo prometimos no dejar de vernos. Sonaba estúpido, ya que íbamos al mismo colegio y seguíamos viéndonos cada día, pero juramos cruzando nuestros dedos meñiques, que seguiríamos siendo los mejores amigos sobre la faz de la Tierra. Y cumplimos. Seguimos quedando todas las tardes, incluso cuando se nos presentaba casi imposible, pero conseguimos sobrevivir a aquella especie de separación. Pasaron los años, y acabamos el colegio para comenzar el instituto. Nos tocó en clases diferentes, y aquello nos entristeció a ambos, pero al menos iba en la misma que mis amigos Mario y Óscar, por lo tanto no estaba solo. Comenzamos a distanciarnos cada vez más. Ella iba haciendo sus amigos, y yo los míos. Llegamos hasta el punto de ni dirigirnos la palabra, hasta el día de hoy, donde nos dirigimos un continuo odio ––le explico finalmente––. Todavía no comprendo por qué nos distanciamos. Recuerdo que ella comenzó a mirarme mal, y a poner gestos, y creo que empecé a hacer lo mismo con ella.
––Interesante ––contesta únicamente Carla, con la mirada perdida––. Sigo sin entender por qué no dejas esta estupidez.
––Porque no sabes lo que es ser humillado hasta la saciedad por parte de tu hermano ––le explico–– prácticamente desde que nací. Necesito demostrarle que soy capaz, demostrarle que no sigo siendo el mañaco con el que puede jugar. Él mismo ha creado un monstruo, y le toca enfrentarse a su error.
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