domingo, 27 de enero de 2013

28. CONFIANZA.


Su pedante obviedad no me transmite ninguna novedad. Sé que he hecho mal, pero, ¿y ahora qué más da? Solamente queda una chica, y como ya he perdido toda oportunidad de mantener una relación estable con alguien por quien sienta algo realmente, sin intervenciones de terceras personas, ya no existen pasos en falso, ahora camino sin ver por donde voy, y llevo ciego durante seis años. ¿Qué me queda por perder? Entiendo que se sienta decepcionada por mis estúpidas decisiones, ya que en el fondo pensará que soy un tipo con dos dedos de frente, pero ahora, con esta demostración, seguramente estará confusa.
– ¿No tienes nada más que decir? –le pregunto tras esperar por una respuesta durante cinco largos minutos.
– ¿Qué quieres que te diga? –me contesta con otra pregunta. Me ha vuelto a dirigir la mirada, a mitad de mi historia, comenzó a mirar hacia el horizonte, perdida, como intentando hallar una respuesta entre la maleza de arbustos del fondo del parque–. ¿Que no pasa nada? ¿Que todo el mundo olvidará tus hazañas? Me encantaría decírtelo, pero te estaría mintiendo.
Con aquellas palabras cortantes, consigue deprimirme. No me gustaría calificarla como una persona denigrante y pesimista, ya que solamente está siendo sincera, impidiendo que me adentre en una gran mentira a la que poder huir cuando todo se tornase oscuro y desesperanzador. Pero, ¿no son necesarias algunas mentiras? Pequeñas y coloquiales, a las cuales todo el mundo ha acudido en su ayuda para no ahogarse en una mala situación. "Me encantan los calcetines que me has regalado, es justo lo que quería" ó "No, ese pantalón no te hace gorda". Todo el mundo miente, veces en las que es necesario mentir, como con Papá Noel, o el Ratoncito Pérez, para mantener la inocencia y sueños de los niños pequeños, y hay veces en las que lo hacemos para sentirnos más seguros, pero mayoritariamente abundan las veces en las que las empleamos para esquivar una situación comprometedora. Quien diga que no miente, está soltando la mayor mentira de la historia.
Sé que acudir a una persona racional y emocionalmente estable como Carla, es una idea buena hasta cierto punto, porque puede saber ponerse en mi piel, y saber lo que siento, pero jamás sabrá lo que es realmente, porque ella nunca habría hecho una estupidez tan grande. Por ello me considero una persona poco inteligente en este aspecto de la vida. La mirada de pena que me ofrecen sus ojos castaños, hace que se me pare el corazón. La preocupación ha aumentado a tristeza por mi situación. Me mira afligida, apenada por lo que estoy viviendo, ¿tan alto es el grado de gravedad? Nunca le he llegado a dar mucha importancia al tema, siempre pensé que podría comenzar de nuevo. Cuando vaya a la universidad, todas mis amistades acabarán prácticamente destruidas por la distancia. Me gustaría mantener el contacto con algunos de mis amigos, con Víctor principalmente, pero nuestros planes para el futuro no son los mismos. Pretendo irme lo más lejos posible, pero he llegado a un acuerdo con mi madre, e iré a estudiar arquitectura a la universidad de Madrid. Víctor, en cambio, quiere estudiar física en Murcia, por lo que deberemos limitarnos a comunicarnos por Internet, y vernos en las vacaciones.
Hace unos años, y todavía sigo con la ilusión, planeaba irme un año a Londres a aprender inglés. El problema es que nunca me dieron la beca, y costearse aquel viaje, era demasiado para el presupuesto que había en mi casa. Pero no pienso rendirme. Este verano intentaré buscarme un trabajo, aunque sea prácticamente imposible por las condiciones de este país. Cuando comience la universidad, lucharé por esa beca, y conseguiré mi sueño de volar hasta allí. En mi familia nunca hemos tenido la suerte de poder pagarnos muchos viajes, por lo que solo he salido de España un par de veces, para ir a Italia, pero nunca he ido a otros lugares. También tengo plan de que en cuanto acabe la carrera, irme a vivir a Estados Unidos, ya que mis oportunidades de encontrar trabajo relacionado con mi especialidad, serán escasas. Puede resultar triste y vergonzoso, pero lo tengo más que asumido.
– La esperanza es lo último que se pierde, ¿no?
– Tienes razón, pero sigue siendo un error –insiste con su continua pedantería. Parece mi madre.
– Siempre puedo mirar el lado bueno. Con esta experiencia he descubierto lo que realmente quiero en una chica –le espeto poniéndome en pie–. Quiero que sea divertida, dulce, torpe, sincera y que se enfade conmigo de broma. Que no tenga miedo de contarme sus problemas, ya que todos los tenemos y yo también acudiré algún día en su ayuda. Quiero a una chica a la que poder enseñarle a tocar la guitarra, que me robe las gorras y se ponga mis camisas. Quiero... una chica que me quiera.
Por un momento, me he sentido totalmente encerrado en la soledad, creyendo que nada ni nadie podía escucharme. Son mis pensamientos, privados. He estado formando esa idea durante mucho tiempo, y ahora, se me ha escapado de entre los labios. Con las mejillas ligeramente enrojecidas, agacho la cabeza. Me da vergüenza haberle confesado lo que realmente ansío. Supongo que es un estereotipo de lo que todo chico quiere, o al menos es lo que yo pienso, pero aún así me resulta una situación embarazosa, ya que no tengo tanta confianza con Carla como para hablarle sobre mi prototipo de chica ideal. ¿Una chica que me quiera? No se me había hecho tan real hasta que lo he dicho en voz alta. Ha sido como quitarse un enorme peso de encima. Lo que quiero es a una chica que me quiera, es lo único que pido.
– Vaya, nunca pensé que en tu cabeza rondasen esa clase de pensamientos –me confiesa tras un largo suspiro–. He de admitir que ha sido muy bonito por tu parte que me hayas ofrecido este pensamiento tan personal.
– La verdad es que se me ha escapado –le comento con una media sonrisa. Ya no siento el calor en mis mejillas–, pero gracias por no reírte de mí.
Carla se pone en pie, y me comenta que en quince minutos tiene clase de piano. Desconocía su afición por la música, por lo que me muestro sorprendido e interesado por su hobby. La ha intentado ocultar, pero he podido apreciar cómo la vergüenza se apoderaba de ella, haciendo que sus mejillas se enrojecieran tanto como las mías. Me comenta que la casa de su profesora se encuentra a dos manzanas de aquí, y que puede ir sola, pero rechazo su consideración, y, como un caballero, la acompaño hasta el edificio que me indica.
Por el trayecto, nos hemos dedicado a mantener una conversación más relajada y abierta, intentando deshacernos de la tensión que se podía palpar en el ambiente cuando estábamos sentados en los columpios del parque. Ha sido una buena experiencia el poder acudir a Carla para contarle mis problemas, por el camino me dice sonriendo que siempre que necesite hablar tanto de ese tema, como de cualquier otro, que puedo acudir a ella sin dudarlo. Es una oferta que no puedo rechazar, por lo que, devolviéndole la sonrisa, la acepto y le indico que también puede hablar conmigo sobre sus problemas siempre que quiera. También le doy las gracias, por molestarse en quedar conmigo. Entre agradecimientos, palabras de ánimo y bromas, llegamos casi en un abrir y cerrar de ojos a las clases de piano de Carla. Por el camino, estaba inquieto porque no sabía cómo me iba a despedir de ella, si con dos besos, o con unas simples palabras de ''Hasta mañana'', pero el abrazo que le he dado ha sido sincero y espontáneo. Cuando me giro para caminar hasta mi casa, escucho pronunciar mi nombre.
– Óliver, te prometo que encontrarás a esa persona –me anima sonriéndome con total sinceridad–. Hoy me lo has demostrado.

domingo, 20 de enero de 2013

27. CONFESIONES.


Bajo rápidamente las escaleras del edificio. Como de costumbre, llego tarde, pero no creo que Carla sea conocedora de mi falta de previsión del tiempo a la hora de quedar. Tampoco debo preocuparme demasiado, ya que lo de dar una mala imagen es irrelevante. Principalmente ha sido la desesperación la que me ha llevado a pedirle consejo. Sé que será crítica conmigo y me dirá todo lo que me tenga que decir. Puede parecer tímida y de pocas palabras, y lo de tímida no te lo niego, pero sus palabras sinceras abundan. Me guardo el móvil en el bolsillo en cuanto llego al rellano, el cual había sacado para mirar la hora, y, a continuación, abro la puerta con cuidado.
Me asomo a ambos lados, y me encuentro a la menuda chica del castaño y lacio cabello, sentada sobre el bordillo del videoclub que se encuentra justo a la derecha de mi edificio. Como ya ha venido un par de veces para ayudarme con física y matemáticas, debe de saberse el camino con bastante soltura. Se pone en pie y me mira con cara de pocos amigos. No permite que haya llegado siete minutos tarde. Y eso que hemos quedado en la puerta de mi casa, que si quedamos en cualquier otro lugar, a lo mejor a y media salgo por la puerta.
– Perdón, perdón, estaba... estudiando –intento escabullirme a duras penas, sin éxito–, vale, me he quedado dormido.
– No pasa nada, supongo –comenta lo que parece ser un pensamiento en voz alta–. Bueno, aquí me tienes, ¿de qué quieres hablar?
– Vamos al parque de enfrente, allí te contaré.
He escogido ese lugar para hablar con ella, porque es un sitio que me inspira tranquilidad. Corre el aire fresco y cuando pongo un pie en la húmeda y verde hierba, me siento más ligero y libre. Desde que era pequeño, siempre me había gustado aquel parque, siempre iba con Mario y Óscar a jugar al fútbol y a imaginar que éramos dragones. Corriendo con los brazos extendidos, imitando con la boca los sonidos que creíamos que emitían. Otras veces que he recordado esos momentos, siempre me he visto como un niño estúpido y patético, pero ahora contemplo aquellos recuerdos con añoranza. Cómo me gustaría volver a ser un crío de siete años.
Tampoco le he dicho de ir a mi casa porque en ella está mi hermano, el cual cree que me he ido a casa de Víctor. Me tiene altamente prohibido divulgar el reto, dice que sería un auténtico error, y siempre ha actuado muy seriamente con ese tema. Me costó una vida entera el que me dejara confesárselo a Víctor, prometiéndole que era mi mejor amigo, y que confiaba en él. Al final cedió, tras meses de continuas súplicas. Mi conclusión es que se hartó de mí, y me dejó contárselo. ¿Para qué marear más la perdiz?
– No hay ni un alma –comenta Carla mirando a su alrededor en busca de alguna presencia humana–, ¿estás seguro de que quieres hablar aquí?
– Sin lugar a dudas.
Nos adentramos un poco más al interior del espacio verdoso y alegre. No suele haber mucha gente a éstas horas, ya que son las cuatro y media, y los niños salen del colegio a las cinco, pero en media hora, esto estará abarrotado de mocosos que irán de aquí para allá jugando al fútbol, montando en los columpios, derrapando sobre los toboganes, y guardo la pequeña esperanza, de que alguno de ellos, juegue a ser un dragón. Si tengo un hijo, le enseñaré a jugar al dragón, y sentirse orgulloso de ello. Es más, jugaré yo con él.
Le pido a Carla que tome asiento en uno de los bancos de piedra que se encuentran justo al lado del tobogán con forma de dinosaurio. Acepta mi petición casi al instante, y en un abrir y cerrar de ojos, nos encontramos los dos sentados en los columpios, balanceándonos suavemente, mecidos por la ligera brisa veraniega. No hemos podido evitarlo. Desde que hemos llegado hasta el parque, he visto en la mirada de Carla, un brillo especial. Miraba emocionada los columpios, como si ansiara sentir el viento en la cara, y llegar a tocar las nubes con tan solo sentarse en él. No han sido necesarias las palabras, ambos deseábamos hacerlo. Y, aquí estamos.
Me mira con una sonrisa, de la cual se deshace en cuestión de segundos. Fugaz, aquella expresión es suplantada por la que estoy acostumbrado a ver cada día. A Carla en estado puro. Con gesto analizante y precavido, pone los pies sobre la arena, parando en seco. Hago lo mismo que ella para escuchar lo que tenga que decirme, aunque soy yo el que tiene que hablar. Me ha gustado conocer ese lado infantil de la madura de Carla, aunque haya durado tan poco, es satisfactorio poder decir que hice que Carla se sintiera como una niña. Como una especie de logro. ¿Será ese el efecto que provoco?
– Dispara –me pide.
Para hacer la gracia, junto las manos entrelazando los dedos meñique, anular y corazón y juntando los índices y los dedos gordos, formando así, una pistola. Giro en dirección a Carla, como si fuera mi objetivo, y realizo el sonido de una bala que acaba de salir a la velocidad de la luz, para perforar sus entrañas. No parece hacerle tanta gracia como me esperaba, es más, me mira con gesto asesino, su paciencia se está agotando rápidamente. Debo comenzar de una vez.
– Verás, no todo es lo que parece –comienzo diciendo de un modo misterioso que llama la atención de Carla–.
Empiezo a contarle toda la historia. Desde el principio. Todo aquello sobre mi primer día de instituto, que me sentía excluido, apartado, nadie me conocía, y quería ser alguien, y para ello, acudí al tipo más popular del momento. Mi hermano. Hugo tenía la respuesta que ansiaba entre sus manos, y yo fui, intrigado, a por ella. Me ofreció la idea del reto, y yo, joven e inocente crío de doce años, acepté. Me encantó toda aquella sensación de ver cómo poco a poco, pero a veces cogiendo más velocidad, la gente se aprendía mi nombre. Me reconocían. El único problema es que iba acompañado de una crítica, sobre que era demasiado pequeño para hacer lo que hacía y derivados. Era comprensible, porque ver a un mañaco liándose con tías que le sacan dos cabezas, es un poco desconcertante, pero funcionó. Al cabo de un año, todo el instituto me conocía. Algunos me saludaban por los pasillos y me daban los buenos días. Todo iba de perlas. A medida que crecía, y cobijaba más víctimas, por así decirlo, empecé a ganarme una reputación de mujeriego. Era obvio que me la estaba ganando a pulso, porque ya llevaría como unas cuarenta y cinco chicas aproximadamente. Me volví egocéntrico y chulo. Todo en mí desprendía prepotencia, incluso mis andares. Aquella actitud, llamaba la atención, y a las chicas les gustaba, pero también me hizo perder a mis amigos.
Se podría decir que era tarde cuando me di cuenta de mis errores, y ya no merecía la pena dejarlo estar y rendirse. Al menos, si lo conseguía, podría sentir la satisfacción de haber superado el reto propuesto por mi hermano, el cual me veía totalmente incapacitado para ello, como anteriormente recuerdo haber dicho. No servía ni seguir, ni acabar con toda esta historia, por lo que tomé la decisión, de continuar. ¿Qué más podía perder? Una más, una menos. Y todavía no sé de quién se trata la última chica. Es un auténtico misterio.
En cuanto termino mi larga, depresiva y estúpida historia, agacho la cabeza. Intento evitar la mirada de Carla, la cual, a medida que acababa con mi confesión, empezaba a examinarme. La verdad es que contarle todo lo ocurrido, me ha supuesto un completo alivio. Me he quitado un enorme peso de encima, pero ahora estoy esperando una respuesta, su opinión. Quiero que me diga con total sinceridad lo que opina de mi insensatez. Nos quedamos un largo intervalo de tiempo en el completo silencio. Observando cómo los niños, los cuales habían salido ya del colegio, comenzaban a llenar el frondoso parque. Ambos nos levantamos para dirigirnos a mi puerta. Cuando llegamos allí, nos sentamos en la escalera, sin pronunciar palabra.
– Has cometido un grave error –confiesa con decepción.

lunes, 14 de enero de 2013

26. VENGANZA.


– ¿Qué hay de comer? – Pregunto a la par que cierro la puerta.
Mi madre se asoma por la puerta de la cocina indicándome que está en proceso. Voy hasta mi habitación para dejar la pesada mochila sobre la cama y cambiar mi vestuario por algo más cómodo. Me desprendo de los recios vaqueros para sustituirlos por un pantalón de chandal gris. Sé que luego voy a volver a cambiarme, pero de momento prefiero ir más ligero, mientras pueda. Me dejo puesta la misma camiseta, la cual no me supone ningún problema, ya que es bastante holgada.
Paso por el baño antes de ir a la cocina para contemplar mi reflejo en el espejo. Me peino un poco con los dedos intentando que los mechones no vayan de un lado para otro sin ninguna dirección. Me peino un poco el flequillo y salgo alegremente por la puerta mientras silbo. Por el camino me encuentro a mi hermano, el cual acaba de salir de su habitación por la llamada de mi madre.
Carlos llega sobre las ocho de la noche de trabajar, algunas veces incluso más tarde. Es un importante ejecutivo de una empresa de construcción. Con la crisis, su sueldo se ha visto reducido, y su horario, ampliado, por lo que es raro verle por la casa. Eso a mi madre no le gusta un pelo, pero no tiene otra opción más que aceptar el deber de su marido. Un sueldo más en la familia, por mínimo que sea, nunca viene mal, así que no tenemos derecho a quejarnos, salvo lo mínimo.
En silencio, Hugo y yo andamos hasta la cocina, donde mi madre nos ha dejado dos platos en nuestros respectivos sitios. Ella come antes, por lo tanto en cuanto llego del instituto, nos deja los platos sobre la mesa a mi hermano y a mí, y ella se echa una siesta para recuperar las fuerzas perdidas durante el día. Ya tengo edad para calentarme mi propia comida, y aunque insista en que se deje de tareas innecesarias, ella hace caso omiso de mis réplicas.
– Lentejas, genial, como hacer poco calor... – comenta irónicamente Hugo sentándose en su sitio, con resignación.
– No te quejes – le advierto con mirada retante – , cuando no puedas decidir qué comer cuando te metan en el loquero, me cuentas.
Mi hermano suelta una larga carcajada, plenamente encantado por mi broma. Realmente no tiene tanta gracia y ni es un tema por el que bromear, pero ya me pidió que mostrase indiferencia por la tragedia que está a punto de avecinarse en su vida. Prefiere estar sus últimos días en casa, pasándolos rodeado de ignorancia, viviendo cada segundo como si no hubiese ocurrido nada. Quiere que gastemos bromas sobre su situación actual, porque opina que no merece la pena desperdiciar el poco tiempo que le queda junto a sus seres queridos. El tiempo que le queda a nuestro lado es efímero, ya que cuando sea ingresado en el centro de desintoxicación, no le permitirán salir a no ser que sea por un caso especial o por petición de los tutores legales. Como Carlos y mamá quieren que se cure cuanto antes, solo iremos a visitarles algunos fines de semana.
– Tienes razón – me confiesa señalándome con la cuchara en la mano – , sabias palabras, pequeño saltamontes.
Alcanzo el mando de la televisión, el cuál se encuentra encima del microondas, y enciendo la tele para evitar un silencio y no sentirnos solos. Como era de esperar, están dando otro capítulo repetido de Los Simpson, pero es una de esas series en las que no importa la de veces que un capítulo sea repetido, nunca te aburrirás. O al menos es ese el efecto que provoca en mí. Es una de mis series favoritas, es lo único que veo mientras como.
Hugo y yo terminamos nuestros platos prácticamente a la vez. Nos hemos comido entre los dos una barra entera de pan, cuando se trata de lentejas, consumimos más pan que otra cosa. Es una costumbre que tenemos, lo hacemos desde bien pequeños. Entre los dos recogemos y limpiamos toda la cocina. Terminamos bastante rápido y cada uno nos dirigimos hacia nuestros respectivos dormitorios.
Sumido en el silencio de una cálida, pero a la vez fría tarde de primavera, decido tumbarme entre los mullidos cojines que adornan el lugar donde me dedico a soñar situaciones prácticamente imposibles. Antes de zambullirme entre las sabanas que visten mi cama, me he encargado de alcanzar mi reproductor de música, el cuál he debido tantear entre mi abarrotado escritorio para poder encontrarlo. Puedo decir que he salido victorioso en esa lucha. Desde el placer que me otorga mi cómoda cama, me deshago de mis zapatillas a base de patadas, hasta conseguir dejarlas caer sobre la alfombra de un azul apagado bastante gastado por el tiempo.
Sueño no es la palabra que define mi estado actual. Pesadez y cansancio son términos más específicos. Estoy bastante harto de que midan con regla y lupa a mano todo aquello que hago o pienso. El precio de la fama es más alto de lo que me imaginaba, otra cosa más de la que arrepentirse. Dicen que aprendemos de nuestros errores, pero tengo la sensación de que vivo en un constante error. Mis pensamientos de crío de doce años son completamente diferentes a los que pasan ahora por mi cabeza. En términos medios, he madurado, pero nadie lo diría.
Durante mi abatimiento de emociones anteriores, he creído reconocer un ápice de ansias de venganza. Quiero devolvérsela, quiero dejarla en ridículo, puede sonar poco ético, pero mi enfado solamente me hace desearle dolor. ¿Cómo podría hacerle daño? Ella me quiere todavía, estaba clarísimamente dispuesta a arreglar lo nuestro, pero yo me aproveché de la situación, utilizando como excusa su engaño. ¿Pero qué digo? Debería dejarlo estar, olvidarme de ella, es agua pasada. Una más, ¿no? Y ahora que lo pienso, es la penúltima, queda una. La verdad es que después de todo, creo que me sentiré satisfecho, porque habré superado el reto propuesto por mi hermano, el cual, en su momento me veía completamente incapacitado para el trabajo. Se podría decir que es para restregárselo por la cara, y puede sonar bastante patético viendo la situación en la que se encuentra, pero la satisfacción que sentiría sería indescriptible. Sería una forma de devolverle todas las jugarretas. ¿Me habrá creado algún tipo de trauma?
En ese mismo instante, recuerdo que no he informado a Hugo de la nueva ruptura. Estoy ansioso por ver su cara de sorpresa, sé que aunque no lo dijera del todo, estaba completamente convencido de que me rajaría. Quizás lo fuera a hacer, pero la tortilla ha dado la vuelta. Me toca jugar a mí.
Me pongo enérgicamente en pie sin volver a ponerme las zapatillas, y, descalzo, camino hasta el cuarto de mi hermano al cual encuentro escuchando música con el móvil entre las manos. Como parece ser que no se ha percatado de mi llegada, me acerco hasta su cama, y de un manotazo lanzo su móvil el cual cae entre las sábanas de su cama deshecha, y de un tirón le arranco los auriculares de las orejas. Se queja por el gesto frotándose las orejas y enseñándome su dedo corazón.
– ¿Pero tú de qué vas, capullo? – Pregunta buscando con el gesto torcido su móvil.
– Se me ha olvidado decirte que ya he roto con Alicia – le anuncio entusiasmado esperando su reacción. Lo que esperaba encontrar no se parece en nada a lo que ha sucedido. Su gesto en vez de tornarse sorprendido, se encuentra compungido. Noto cómo la tristeza recorre todas las facciones de su rostro cansado. Sus ojos azules se ven más pequeños con ese gesto. Rápidamente se deshace de él, pero el verdadero gesto de sorpresa ha sido el mío–. ¿Qué te pasa? ¿No te alegras? Ah, ya sé, es porque creías que no la iba a dejar.
– Sí... eso. – Alega con miedo, siendo aparentemente precavido con sus palabras para no mostrar emociones erróneas.
– Bueno, dime quien es la número cien.
– ¡Ah, cierto! – Dice con renovada energía. No comprendo a qué ha venido esa reacción tan afligida, que es impropia en él. – Pues verás, como no me acuerdo muy bien del nombre y a lo mejor hay muchas que se llaman así, mañana voy al instituto contigo y te diré de quién se trata.
Corrobora colocándose de nuevo los auriculares en los oídos, poniéndole fin a nuestra corta y ligeramente extraña conversación. Antes de entornar la puerta de su cuarto, echo una última mirada a este. Observo cuidadosamente a mi hermano, el cual al creer que me he marchado, se ha incorporado, ha puesto los pies sobre el suelo sin ponerse en pie, e hincando los codos en su regazo, ha escondido el rostro entre sus manos. Pronuncia unos murmullos inaudibles los cuales soy incapaz de entender.

jueves, 10 de enero de 2013

25. MADUREZ.


Ahora que lo pienso, mi invitación parece dar a entender otra situación, pero prefiero pasarlo por alto, ya que Carla, tras titubear pensativa, ha aceptado. No tengo ni idea de si percibía algún matiz de ahogamiento en mi voz, ya que necesito contárselo a alguien más. Y eso es algo extraño, ya que mi misión siempre había sido ocultarlo. La presión me ha hecho cambiar esa opinión, y espero que esta tarde a las cinco, que es cuando he quedado con ella en la puerta de mi casa, pueda deshacerme de una vez de aquel nudo que se apodera de mi garganta en estos mismos momentos.
En vez de ir andando o en coche, me he visto obligado a montar en autobús, ya que estoy demasiado cansado como para andar hasta mi casa, y mi hermano me había avisado de que no podría ir a por mí, ya que le habían quitado las llaves del coche como castigo, aquel impedimento me ha obligado a tener que sentarme por la zona de la mitad del autobús, pegarme al asiento vacío al costado de la ventana, y apoyar las piernas en el asiento de adelante, adoptando una postura cómoda, pero peligrosa para mi columna.
No ha sido tan buena idea como esperaba, si lo hubiera pensado más de dos veces, ni tan siquiera habría puesto un pie en las escaleras del bus. A medida que el alumnado se adentra al interior del vehículo, sentándose junto a amigos, riendo y comentando las hazañas de este nuevo día, comienzo a darme cuenta que la gran mayoría de los presentes, me lanzan miradas rápidas con un torpe disimulo. Esto es lo que creía estar evitando el resto del día, pero veo que no es más que el principio. ¿La gente no se cansa de hablar de la vida de los demás? ¿No les basta con la suya? Estoy harto, y no pienso aguantar un día más así, mi paciencia tiene un límite, y ahora mismo está siendo rozado.
– ¿Puedo sentarme? – Si no fuera porque tengo un oído muy agudo, jamás habría podido escuchar aquella voz tan suave y frágil, asemejada a un suspiro. Miro de quién se trata, y es una pequeña chica de primero que mira repentinamente al suelo en cuanto le dirijo la mirada, avergonzada. ¿Por qué los pequeños nos tienen tanto miedo? En un momento fuimos como ellos. La pequeña niña rubia y de ojos marrones alza lentamente la mirada esperando una respuesta.
– Claro. – Afirmo quitando mi mochila del asiento de al lado para dejarle sitio. La niña mira fijamente hacia delante, como si los asientos fueran un mundo maravilloso repleto de aventuras.
Por el rabillo del ojo, consigo ver a la chica de cortos cabellos dorados, que continúa en su misión de no parpadear. Me causa curiosidad, me gustaría que entablara una conversación, no creo que una niña tan tímida como ella, me espetara todo lo que he hecho. A veces la inocencia es necesaria. De pronto escucho un mugido. Alguien de la parte de detrás del autobús se entretiene imitando los sonidos de una vaca. No quiero girarme, porque sé que si lo hago, perderé la compostura y no podré recuperarla. El resto del autobús ríe las gracias del susodicho. Cuando llevamos medio trayecto, el bromista continúa incitándome a ponerme en pie, ir hasta allí, y propinarle un puñetazo.
– Tengo hambre, ¿no tenéis AliOli? – Pregunta con sarcasmo, con otra nueva e ingeniosa estupidez que me hace apretar los puños. – Ah, no, que se ha acabado.
Me agarro al cabezal de mi propio asiento, clavando mis cortas uñas en él. El chico que se encuentra detrás de mí, me mira asustado, pero no le doy la menor importancia. Me estoy planteando seriamente el levantarme e ir hasta el graciosillo de turno para dejarle las cosas claras. No será tan gracioso cuando lleve el ojo morado. Pongo una rodilla en el asiento y me impulso ligeramente hacia arriba para poder observar a mi nuevo mejor amigo.
– No lo hagas. – Dice de pronto la pequeña niña de ojos marrones retirando la mano que había colocado en mi puño.
Me sorprende tanto su reacción, que me resbalo hasta sentarme en mi asiento. La miro perplejo, ya que pensé que jamás me dirijiría la palabra, por miedo, vergüenza, o vete tú a saber. La niña me observa con gesto prudente, como si aquí fuera ella la madre y yo el hijo. Es bastante vergonzoso imaginarse dicha comparación, pero es lo primero que se me ha venido a la cabeza. La pequeña comienza a explicarse con toda su decencia.
– Cuánto más caso les hagas, más seguirán. – Comienza diciendo– Lo que ellos buscan es que te cabrees. Demuestra que no te importa, y al final pararán.
Que una niña de primero te ofrezca enseñanzas morales, es ligeramente triste y patético, pero no he dudado ni un segundo en rechazar su ayuda. Tiene toda la razón, lo que buscan es enfadarme, así que no debo darles ni por un momento aquello que buscan, ellos ganaría, y yo acabaría siendo perdedor de esta relevante batalla. Ahora solo me queda maldecirle en is adentros.
– Vaya, gracias. – Digo todavía con asombro. – Por cierto, ¿cómo te llamas?
– Lisa. – Me responde con una pequeña sonrisa. – Si quieres hablo con él.
Creo que eso ya es ser extremista, pero me conmueve que esta niña a la que prácticamente no conozco, me ofrezca sus consejos y su ayuda. Faltan personas como ella en este mundo, la solidaridad resulta escasa en estos tiempos. No quiero que hable con un tipo que pueda pegarle una paliza por ese simple hecho, nadie debe pelar mis luchas, no sería nada justo. Y entre que jamás dejaría que una cría me defendiera, principalmente porque sería muy bochornoso, y en que debo dejarlo estar, su petición debo rechazarla.
– No, ni se te ocurra.
– Es mi hermano – confiesa de pronto – , es un idiota que se ríe hasta de las piedras, no te preocupes por él, es solo un niñato.
El autobús para de repente, y todas la gente se pone en pie para luchar por salir de este infierno. Alerto a Lisa de cuándo debe salir, y detrás de ella voy yo. Cuando bajamos caminamos juntos por la acera. ¿Debería darme vergüenza? Porque no siento nada de eso. Cuando me avisa de que el edificio por el que acabamos de pasar es suyo, me despido de ella con un gesto de la mano.
– Adiós, Lisa, y gracias por todo. – Le agradezco sinceramente. La segunda persona de este día que me apoya por encima de todo. Voy en racha.

domingo, 6 de enero de 2013

24. ALTERACIÓN.


– Recoged. – Sentencia el profesor de matemáticas en cuanto el timbre da la señal de la hora del recreo.
Durante estas primeras clases he permanecido impasible y sin expresión alguna en el rostro, asombrado por los acontecimientos recientemente sacados a la luz. Carla ha intentado llamarme la atención un par de veces, al verme ausente. No he sido consciente de las preguntas formuladas por parte de los profesores, que al verme poco interesado en sus respectivas explicaciones, han decidido ir a por mí haciendo relucir sus intenciones por dejarme en ridículo.
A primera hora hemos tenido Historia, y en cuanto he puesto un pie en la clase, he podido contemplar cómo la mayoría de los alumnos, los cuales cuchicheaban entre ellos, dejaban un momento sus conversaciones para dirigir en conjunto su mirada hacia mí. Me sentía acribillado y no sabía cómo reaccionar. Me había quedado prácticamente congelado, y las bromas y risitas por el fondo, no ayudaban de ninguna de las maneras. El rumor del espectáculo que hemos montado Alicia y yo se había extendido como la pólvora. He caminado con la cabeza gacha hasta mi sitio sin tan siquiera darle los buenos días a Carla. Ella era la única que no me llamaba cornudo. Hay veces en las que el silencio es mejor que cualquier frase de consuelo.
Durante las tres horas transcurrentes, no he podido evitar analizar la presencia de Amelia en aquel momento. Percibí un matiz de regocijo en su exclamación, como si aplaudiera fascinada ante una maravillosa obra de teatro. Me pregunto qué hacía allí, silenciosa, esperando a que me pusiese en pie. No tengo humor para preguntarle qué demonios hacía metiendo cizaña, por lo que decido morderme la lengua. No comprendo por qué se muestra tan fría y reacia hacia mí. No le he hecho nada, y ya me ha crucificado. Sé que quiere deshacerse de mí, sé que quiere verme sufrir.
Salgo apresuradamente de clase para no toparme con bromas ingeniadas por parte de mis queridos compañeros, pero lo que realmente quiero evitar, es la compasión de Víctor. Aunque no hubiese significado nada para mí, aunque no le hubiese dado la menor importancia, él me haría sentir afligido y culpable. Odio cuando activa el modo comprensivo respecto a mis relaciones. Es más incómodo que hablar con mi madre respecto al tema. Quiero mucho a Víctor, pero prefiero evitarle cuando veo en él un atisbo de lástima hacia mi persona. Pura supervivencia.
– ¡Eh, cuidado, toro! – Me dice un mañaco de tercero al chocarme accidentalmente con él en mi marcha rápida.
En estos momentos, odio a la gente. Odio a todo aquel que me rodea. Son esos momentos en los que desearía encerrarme en mi habitación para no salir de allí en una larga temporada. El bochorno se apodera de la situación, y no encuentro en mí ningún ápice de atrevimiento para levantar la cabeza. ¿Cómo se ha difundido tan rápido nuestra ruptura? Los cotilleos corren a la velocidad de la luz. Como la gente no tiene suficiente con sus vidas, deciden adentrarse en la de los demás. Me encantaría ir a por aquel chico rubio de tercero con el que me he chocado para decirle cuatro palabras, pero no merece la pena.
Camino hasta las escaleras de enfrente de secretaría, las cuales están completamente desiertas, ya que no se está permitido el paso a alumnos. Me siento en el primer escalón y escondo la cabeza entre las piernas. Tengo ganas de gritar y pegar puñetazos a diestro y siniestro, pero ahora lo primordial es desaparecer, o al menos temporalmente. Lo malo de que todos conozcan tu nombre, es que siempre están atentos de qué harás y dirás. Es una presión con la que debo vivir.
– ¿Se puede? – Dice alguien con una voz suave y ligeramente aguda.
Levanto la cabeza y me encuentro con Carla, que me regala una media sonrisa de amabilidad dibujada en la cara. No puedo ver bien la expresión de sus ojos, porque desde este punto de vista, no puedo ver más allá de sus gafas negras de pasta. Hoy lleva el pelo castaño recogido en una coleta. Una camiseta de manga corta de líneas horizontales rojas y blancas y unos vaqueros claros. La verdad es que era la última persona a la que me esperaba encontrar. Por un momento pensé que Víctor me perseguiría, pero no ha sido así. Prefiero pensar que ha sido porque ha visto que necesitaba encerrarme en mi propia soledad.
– Claro. – Le contesto haciendo un hueco a mi lado. – ¿Cómo me has encontrado?
– Te he visto salir corriendo de clase, y me ha parecido extraño. – Comenta sentándose a mi lado. – ¿Estás bien? Sé que nuestra relación no va más allá del ámbito escolar, pero te he visto mal.
Su observación y preocupación me emocionan. Como bien dice, nuestra relación no va más allá de las puertas de nuestra aula. Las conversaciones más largas que hemos mantenido trataban de lecciones que yo no acertaba a comprender. Nuestras vidas personales siempre han sido para nosotros mismo, pero ahora que lo pienso, me encantaría conocer a Carla. Siempre ha sido una chica muy misteriosa, y no la veo con mucha gente. ¿Quiénes serán sus amigos?
– Creo que lo sabes de sobra.
– Ya, pero el protocolo dicta que debo preguntar. – Confiesa encogiéndose de hombros. – Pero en serio, quiero ayudarte. ¿O te molesto?
– No, no me molestas, es solo que ya no sé ni donde meterme. – La tranquilizo.
No me puedo creer que le esté contando mis problemas a Carla Coral. Sería más corriente hacerlo con Bob Esponja. No es por exagerar, pero Carla nunca me ha parecido ser una persona con la que intercambiar secretos y problemas, es muy reservada, y su mente se basa en los estudios. Nunca la he visto en ninguna discoteca, es más, jamás la he visto por la calle. Pero me parece un bonito gesto que se haya preocupado por mí y haya marchado en mi busca.
– Óliver, ¿por qué? – Me pregunta con gesto cansado, como si tuviera mil años.
– ¿Por qué el qué? – Pregunto en respuesta, extrañado.
Alterada, se pone en pie, y sin poder aguantarse, pega una patada a la barandilla. Sin reacción en su rostro, da a entender que no ha recibido dolor. Me asusto al ver a Carla así, con lo pacífica que es, es más raro que ver a un perro verde. Se deshace de la coleta para rehacérsela, y se sitúa frente a mí, permitiéndome verla directamente a aquellos ojos oscuros que normalmente inspiran tranquilidad.
– ¿Por qué haces todo esto? – Pregunta de nuevo. – ¡No dejas de ir de flor en flor! ¿Qué esperas encontrar? A este paso solo te vas a llevar bofetadas.
Las sinceras palabras de Carla me rompen el corazón. Es una realidad que ya me he aprendido de memoria, pero escucharlo proveniente de sus labios, suena todavía más real, como si no hubiera otra salida. Ahora echo de menos las palabras de consuelo de Víctor, sé que lo que me cuenta ella es lo que está ocurriendo, pero necesito escuchar mentiras que anuncien que eso no va a ser así. No me siento lo suficientemente bien como para discutir con Carla sobre ello. Pero sé que ella lo hace para ayudarme, y me encantaría explicárselo todo. Es más, pienso hacerlo.
– Carla, ¿tienes algo que hacer esta tarde?

23. INFIDELIDAD.


Aquello de acabar con una relación tan duradera me supone todo un sacrificio. Cada persona es un mundo diferente, y las reacciones de estas, son inesperadas e incalculables. Normalmente, cuando crees conocer a una persona, presientes cómo acabará todo, pero cuando la personalidad de una persona te resulta desconcertante, y su actitud, extraña a momentos, a la hora de acabar con una etapa, el resultado está lleno de sorpresas, como una piñata.
En estos momentos suelo pensar en positivo, ya que es el momento qué más ansío en que llegue. Normalmente mis líos y relaciones, no son llevaderos, la persona escogida no me cae especialmente bien o cuando tengo la suerte de conocerla, me demuestra que podría haber vivido tan tranquilamente sin hacerlo. Pero cuando he llegado a sentir algo de verdad, no encuentro las palabras, aparto la mirada y me hundo en el silencio, intentando escapar de los futuros sucesos. Una solución cobarde, pero la cobardía ya no me supone ningún problema.
– Te noto ausente. – Comenta entrelazando su mano con la mía.
– No digas tonterías. – Intento escabullirme dejando escapar una risa tensa.
Me hace parar en seco y me obliga a mirarla a los ojos. Ceñuda, intenta descifrar el enigma de mi expresión, la cual imagino que se trata de una mezcla de angustia y tristeza. Espero ser buen actor. Le saco la lengua para que deje de mirarme de esa manera, pero mi gesto cómico, ni tan siquiera la inmuta. ¿Qué ve?
Mi madre siempre me ha dicho que no soy muy expresivo, pero que hay determinadas emociones que desvelo con tan solo una mirada. El miedo y la tristeza son dos claros ejemplos. Por el momento no he sido conocedor de ninguna más, sino de las típicas. Recuerdo que cuando iba a cuarto y empezó el año, había un niño nuevo de nacionalidad Rusa. Andrey, creo recordar que se llamaba. La cuestión es que era un chico muy alto y delgado, como no entendía muy bien el idioma, no podía comunicarse demasiado bien con nosotros, pero a lo largo del curso se fue soltando más. Este chico rubio y de ojos azules, tenía una extraña enfermedad por la cual no podía transmitir sus sentimientos, y no tenía la capacidad de reconocerlos. En cuanto nos lo comentaron creímos que nos tomaban el pelo, pero descubrimos que no se trataba de ninguna broma, y que Andrey no entendía las emociones. Pobre niño, no volvimos a saber de él desde que acabamos primaria.
– Venga – me insta tirándome del brazo – , ¿qué tienes que contarme? Me tienes muerta de la intriga. – Confiesa con cara de cachorro.
No sé ni cómo ni por donde comenzar. El corazón me late con tanta fuerza que no me puedo creer que Alicia no oiga el sonido que provocan mis latidos. ¿Qué puedo decirle? Puedo soltarle la charla de que somos demasiado jóvenes como para mantener una relación seria, que tenemos toda la vida por delante, y derivados. Esa excusa me ha salvado de incontables apuros, en caso de emergencia, podría echar mano de ella.
– Espera, espera, espera – me pide poniendo las manos sobre mi pecho – . No aguanto más, tengo que contarte algo.
– ¿Contarme el qué? – Pregunto arrugando el entrecejo. Me ha pillado de improvisto, ¿qué tendrá que confesarme?

– El otro día, cuando te llamamos Inma, Ana y yo, fue porque Inma quería chivarse de una cosa – realiza una pausa para observar mi expresión, la cual se presenta impasible. No me gusta por donde va la cosa – . Esa cosa era que antes de llegar a casa a las tantas de la madrugada, estaba en un pub con ellas, y cuando ya estábamos bastantes contentillas, apareció Héctor.
El corazón me da un vuelco en el pecho y los ojos se me abren como platos al escuchar la noticia. Héctor es el ex-novio de Alicia. Es un armario de veinte años que se dedica a vaciar las estanterías de cerveza de todos los supermercados. Siempre me pregunté cómo una chica tan dulce como Alicia, acabó con un capullo como Héctor. El caso es que cortaron porque él la dejó, alegando que estaba enamorado de otra chica. Le rompió el corazón, y juró odiarle eternamente. Al ver que no realizo ningún comentario, prosigue con la historia.
– Vino directamente hacia nosotras y me contó que había cortado con su novia porque seguía enamorado de mí – me explica con la mirada fija en el cuello de mi camiseta –. El tema es que sentí pena por él, y le dije de tomar alguna copa. Y entre copa y copa pues... nos acabamos liando. – Concluye dirigiendo la mirada a sus zapatos, repentinamente interesada en los cordones de sus deportivos blancos.
Entreabro la boca lentamente, gesticulando una queja sin sonido alguno. Me ha pillado totalmente por sorpresa. Me lo esperaba de cualquiera, de cualquier persona, menos de ella. ¿Me ha engañado con otro tipo? Con su ex, para ser explícitos. No me sirve la excusa de que estuviera borracha, ella cedió y es algo que no pienso perdonarle. La verdad es que me estaba planteando si dejarla o no, pensé que podría dejar todo el reto. Por ella. Pero veo que he hecho bien en querer hablar sobre el tema.
– ¿Óliver? – Me llama en cuanto me giro para alejarme de ella. – ¡Espera! ¿Adónde vas?
– ¡Lejos de ti! – Exclamo con odio. – ¡Me has puesto los cuernos!
– ¡Estaba borracha! – Se excusa, como era de esperar.
Camino frustrado hasta las escaleras del instituto, donde me siento con rencor. A lo lejos la veo caminar con paso decidido hasta donde me encuentro, para a continuación, sentarse a mi lado entre jadeos. Estoy furioso, me ha decepcionado, yo nunca le habría hecho algo así. Me he emborrachado muchas veces, y nunca me he liado con nadie en ese estado, a no ser que fuese mi novia. Pero se ve que también se ha liado con los diferentes conceptos.
– Óliver, no sabes cuánto lo siento, perdóname.
– No sabes lo que duele – le comento antes de soltar una carcajada impropia de mí –. Lo gracioso es que yo te iba a dejar ahora, ¿verdad que es gracioso?
Alicia me mira con los ojos muy abiertos, incrédula ante mis palabras. Parece ser que no, no le hace ninguna gracia. Ahora es ella la que se pone en pie enfadada y se sitúa enfrente de mí para agacharse y colocarse a la altura de mis ojos. Me lanza una mirada cargada de odio e indignación.
– Inma me avisó, me dijo que iba a ocurrir de un momento a otro – dice acercándose cada vez más a mí –. Pero yo caí en tu trampa, me creí tus mentiras y pensé que eras diferente.
De pronto se aleja y me propina una buena bofetada en la mejilla izquierda, dejándome esa zona dolorida por el impacto. Lo peor es que no estábamos solos en las escaleras. Una buena cantidad de alumnos de todos los cursos han presenciado el momento. Han sido testigos de nuestra discusión y nos han visto en nuestro peor momento. ¿Qué opinarán ellos? La mayoría conoce ya mi historia y no se sorprenden de mis intenciones.
Entonces suena el timbre que da la señal de un nuevo día de clase, y toda la gente concentrada alrededor de mí, se pone en pie para caminar hasta sus respectivas clases. Me coloco bien la mochila a la espalda y espero a que todo el mundo abandone las escaleras para permanecer un par de minutos en soledad. En cuanto todo parece estar vacío, me pongo en pie y me giro para ir a clase. Cuál es mi sorpresa al ver que en la puerta principal se encuentra Amelia, con un libro de química entre los brazos, y una sonrisa diabólica dibujada en su rostro. Por un momento me planteo hacerle una pregunta, pero comienza a abrir su mochila para guardar el libro que encerraba entre sus brazos y yo persigo todos sus movimientos con la mirada. Cuando termina, su mirada se cruza con la mía y me regala un lento y pausado aplauso.
– Bravo.

22. DEFINITIVO.


Sé que es fácil hablar, pero cumplir tus promesas es un mundo totalmente diferente. Que todo aquello que creemos ser capaces de afrontar, nos puede dar una sorpresa. Las palabras vuelan tan rápido como son pronunciadas, los actos perduran hasta el final. Cada acción tiene su reacción. Buena, o mala, eso depende de tus intenciones. Lo he ido aprendiendo a lo largo de mi vida, pero es algo que no suelo poner en práctica.
Ayer me puse un propósito, un propósito bien estúpido. Antes de acostarme, sentí morriña por los viejos momentos con Víctor, así que me propuse ponerme el despertador, y obedecer a sus órdenes. Me pareció buena idea, hasta la hora de la verdad, cuando he tenido que levantarme. Avisé mediante un mensaje a Víctor de que a las siete y media estaría en la puerta de su edificio. ¿Su primera reacción? Reírse de mí y negarlo completamente, jurando que no se lo creía. Creo que han sido más las ganas de restregárselo por la cara, que las de caminar hasta el instituto junto a él las que me han hecho levantarme a las siete en punto con ímpetu y a reventar de energía. No es cierto del todo, concienzudo de mi probable reacción, me he puesto el despertador quince minutos antes de cuando quería despertarme. Es lo que tiene conocerse.
Anonadada he encontrado a mi madre al verla salir de mi cuarto y verme entrando al baño. ¿Tan extraño es que me despierte a mi hora? Qué poca fe deposita la mayoría de la gente en mí. ¿Debería sentirme ofendido? Supongo que no, es demasiado pronto como para ofenderse, o mejor dicho, demasiado temprano para todo.
En cuanto me he puesto en pie, no he dudado en desprenderme de mi pantalón de pijama para sustituirlo por mi vestuario del día. No me he calentado mucho la cabeza, por lo que he cogido la primera camiseta que se asomaba al abrir al cajón, la cual consistía en una camiseta blanca holgada con mangas azul oscuro. Me he puesto unos vaqueros viejos y unas Converse, no me he encontrado muy inspirado hoy como para ponerme a conjuntar.
Y ahora mismo estoy bajando las escaleras repleto de euforia por haber cumplido mi promesa de madrugar. Normalmente mi energía bajando las escaleras el literalmente escasa y deficiente, pero hoy presiento que será un buen día, y que nadie podrá conmigo. Normalmente cuando pienso eso, resulta ser todo lo contrario, pero hoy prefiero vivir en la ignorancia.
– Vaya, mi más sinceras disculpas. – Confiesa noblemente Víctor, realizando una patética reverencia. – No creía en vuestra palabra, os merecéis un aplauso.
Y acto seguido comienza a aplaudir mi logro. La verdad es que me siento bastante orgulloso de mí mismo, puede que sea algo insignificante, pero normalmente nunca acabo lo que comienzo. Estoy intentando madurar, y cumplir con mi palabra. Continúa regalándome ovaciones a cada cuál más exagerada que la anterior durante una manzana, que es cuando le pido unos minutos de silencio. Sigo ligeramente dormido, y supongo que acaba de provocar el despertar de más de la mitad de los vecinos, ya que dos mujeres mayores se han asomado al balcón en bata para escupir maldiciones indescifrables hacia nuestra persona.
– Yo no sé cómo tus vecinos te soportan.
– Fácil – me explica dando un pequeño salto – , hay gente peor que yo.
Comienza a contarme las vidas de cada uno de los residentes de su edificio. Empieza hablándome del tipo del primer piso, que es un hombre mayor que está falto de calidad auditiva y se ve obligado a aumentar el volumen de la radio, de la cual es un gran aficionado. En el segundo piso vive una familia en la que la madre se dedica a gritar a sus dos hijas, el padre a ver el fútbol y ya sea por el día, o por la noche, la mujer irá con tacones. En el tercer piso vive Víctor con sus padres y su hermana. Su hermana es igual que él, así que dudo que sean los más silenciosos del edificio. En el cuarto y último piso vive un tipo aficionado a la ópera y a la música clásica. Es un cuarentón que vive solo y que no sale de su casa ni para comprar el pan. Menudo lujo de edificio, en el mío no se escucha nada, supongo que he tenido suerte. En cuanto termina su discurso, ya hemos llegado al instituto. Aquel edificio feo, en el que tus vecinos sufren tanto como tú.
– Tío, cada día me da más miedo entrar aquí. – Suelta de repente sacudiendo los brazos – Cada vez queda menos para la Selectividad, y los profesores no dejan de recordárnoslo.
– Si hubieras hecho lo mismo que yo, no te sentirías tan agobiado. – Sentencio provocando una mueca de desgana en el rostro de Víctor.
Caminamos en silencio, esquivando a los niños de primero los cuales veo más bajitos cada año que transcurre. Me niego a creer que yo fui así de enano. Pero si la mochila es más grande que ellos, pueden dormir en ellas. Mi indignación por la menudez del pueblo pequeño, no da más de sí, por lo que decido dejarlo estar, siempre me planteo la misma pregunta cuando comienza un nuevo curso: ¿Es que no toman los suficientes Petit-Suise? Y eso que estamos a final de curso.
– Oye, Víctor, ¿por qué nunca va tu hermana contigo al instituto? – Pregunto, cuando realmente es un pensamiento en voz alta, se me ha escapado sin querer.
– ¿Cómo? – Me mira extrañado hasta que comprende mi pregunta – Ah, vale, es que ella se va en autobús, porque va con sus amigas.
Seguimos hablando de la hermana de Víctor hasta llegar a la cafetería. Hemos llegado a la conclusión de que no va en autobús por sus amigas, sino porque le gusta un chico, y tenemos que descubrir quién es como sea. Al fondo del pequeño espacio, se encuentra nuestro grupo de amigos, los cuales no se percatan de nuestra presencia hasta que Víctor da los buenos días. En cuanto le responden, dirigen una asombrosa mirada a mí. Como esto sea así siempre, no voy a madrugar en mi vida.
– Ni se te ocurra. – Amenazo a Iván entrecerrando los ojos. Veía venir su comentario gracioso desde que he cruzado la puerta. Su gesto de fastidio me confirma que estaba en lo cierto.
Alcanzo una silla de otra mesa completamente desocupada y me hago sitio entre Lorena y Tomás, los cuales se hallan en una disputa sobre lo que hay que estudiar o no del examen de filosofía. Odio cuando se pelean ellos dos, puesto que son los más tercos del grupo y sus batallas consisten en gritos y algún que otro puñetazo por parte de Lorena. Me cansan, por lo que decido entrometerme.
– ¿Qué tal, Lore?
– Óliver, ¿no ves que estoy hablando? – Me regaña clavándome la mirada. Sinceramente, me da miedo cuando se altera, que es la mayor parte del tiempo.
Hago amago de echar la silla para atrás, y dejarles espacio a sus puñetazos, pero algo o alguien me impide hacerlo. Dirijo la mirada hacia atrás para descubrir de quién se trata, pero antes de hacerle me hacia una ligera idea. Recibo un sonoro beso en la frente por parte de Alicia, que me mira sonriente por la espalda.
Me ha costado tomar la decisión, pero finalmente, he decidido seguir adelante con el plan del principio. Acabar este reto de una vez por todas. Hugo tiene razón, ella no me quiere, no siente nada por mí, sabe lo que he hecho anteriormente, y sabe que no cambiaré. Es parte del juego, y estoy seguro de que es consciente de ello.
– ¿Puedo hablar un momento contigo? – Le pido con una media sonrisa.

21. FALSEDAD.


En cuanto he terminado de comer, o más bien, de engullir mi plato de macarrones, no me he parado ni un segundo en pensar si echarme una siesta o no. No soy muy fan de ellas, puesto que yo solamente duermo por la noche, por el día me resulta casi imposible, salvo cuando llevo estudiando mucho tiempo y estoy hasta el cuello de exámenes, me doy un pequeño descanso, pero en general, es un tarea imposible.
Y efectivamente, no he podido conciliar el sueño. He bajado las persianas y echado las cortinas, pero aún en la completa oscuridad que ofrece mi habitación, no he sido capaz de cerrar los ojos y apartar temporalmente mis preocupaciones, dejarlas a un lado y poder relajarme durante un rato. Me he limitado a encender la pequeña lámpara azul de mi mesita de noche para poder distraerme un rato observando como de costumbre, toda mi habitación.
Recuerdos se me vienen a la cabeza. Tenía ocho años y era la primera vez que iba a tener mi propia habitación. En la otra casa, mi cama estaba junto a la de Hugo, y no me inspiraba ningún tipo de confianza. Se dedicaba a hacer ruidos sospechosos durante la noche y cuando le venía en gana, me contaba alguna historia de terror que me impedía dormir durante una semana. Es decir, que lo de tener mi propio cuarto, fue una gran noticia. Lo mejor es que mi madre me permitió decorarla como quisiera. Ahí ya no fue una gran idea, no podía dejar en manos de un crío de ocho años la decoración de su propia habitación, menudo desastre. Pero fui capaz de pensar que sería mi habitación hasta los restos, y decidí no añadir ningún detalle infantil.
Ayudé a mi madre a pintar las paredes de azul. Fue bastante divertido, e incluso Hugo se nos unió. Es uno de los recuerdos más felices que guardo en mi memoria, e incluso hay una foto en el salón que puede testificar el momento. En ella aparecemos los tres con un mono cada uno, el cual está completamente cubierto de pintura azul. Nuestros rostros sonrientes aparecen impregnados de pintura, sobretodo el mío.
La elección de los muebles ya lo dejé en manos de mi madre, pero para mí lo relevante era el color de las paredes. En la otra casa, las paredes de gotelé eran de un aburrido y triste color crema. Estaba cansado de ver siempre el mismo color, y le suplicaba a mi madre el poder cambiarlo, pero siempre recibía una respuesta negativa. Cuando nos mudamos, pensé que volvería a pintar la pared de color crema, pero me llevé un grata sorpresa.
A veces me gusta estar así, solo, aislado del resto del mundo, poder tener unos minutos de tranquilidad, sin nadie más. Sin retos, sin problemas, sin amigos, sin familia. De pequeño siempre he sido muy abierto y le he contado toda mi vida a todo el mundo, pero a medida que he ido creciendo, me he hecho más reservado y he ido apreciando cada vez más estos momentos de intimidad. La soledad no es siempre un enemigo, he conseguido comprender que es un aliado, el cual nos ayuda a descansar. De pronto se escuchan dos ligeros toques a mi puerta.
– Pasa. – Digo antes de que mi hermano ponga un pie en mi habitación.
Se acerca hasta la ventana para subir la persiana y dejar que entre la luz natural. Me incorporo para dejar sitio a mi hermano sobre el colchón y le pido que se siente. No rechaza la oferta y se coloca enfrente mía.
– No vengo a amargarte con mis problemas – me alerta antes de comenzar a hablar – , ya has soportado suficiente.
Agradezco su gesto. No tengo ganas de pensar en que tendrán que ingresarle en un centro especial. Por su drogoadicción. Ni tampoco quiero recordar todo lo sucedido anteriormente. He visto aspectos de la vida que siempre me había limitado a ver en las películas. Nunca crees que te va a ocurrir a ti, hasta que ocurre.
– Así que vamos a hablar de... ¿Alicia? – Asiento con pedantería. Nunca se acuerda, es un logro. – Pues eso, que tienes que dejarla ya, te queda un mes.
– Hugo... – Intento pararle, pero no puedo. No siento la necesidad de seguir con este estúpido y ya innecesario juego, pero no puedo dejar que gane él. No puedo. – , me da lástima.
Mi hermano me mira con gesto sorprendido, pero es la verdad. Le he cogido muchísimo cariño a Alicia, no suelo conectar con todas mis 'parejas', pero con ella lo he hecho. Es muy alegre, siempre me hace sonreír y siempre me presta su ayuda. Me he acostumbrado a que me tomen por un mujeriego, y que alguien opine lo contrario, me supone una novedad. Sé que a lo mejor me estoy conformando, porque todavía no siento la suficiente confianza con ella como para contarle mis problemas, pero es la primera vez que me resulta dura la ruptura.
– ¿Qué oyen mis oídos? – Pregunta retóricamente llevándose una mano atrás de la oreja. – ¿Alguien se está rajando? ¡No seas maricón! Lo has hecho... casi cien veces.
– Pero yo a ella le gusto. – Digo rehuyendo su mirada.
– Eso es lo que crees. – Me espeta Hugo severamente. – Sabe que has estado con 98 chicas más, lo sabe. No está enamorada.
Sus palabras hacen que el corazón se me encoja, pero sé que encierran una realidad. No puede quererme, sabe que he estado con muchísimas chicas más, sabe que las he traicionado, que he hecho que sus corazones se rompan en añicos, que he tirado al suelo todas aquellas falsas promesas, que no decía aquellos 'te quiero' de verdad. Ella lo sabe, solo forma parte del juego. Es una pieza más de un puzzle interminable. Se ha creído mis mentiras.
– Tienes razón. – Confieso tras pensarlo durante unos minutos. – Mañana mismo la dejo.

20. SOLUCIONES.


No he podido evitarlo, ha sido una reacción completamente impropia en mí. La violencia nunca ha sido un compañero, hasta ahora. El constante estrés en el que vivo me hace cambiar. No tengo ni idea de si han sido por las lágrimas derramadas de mi madre, por los gritos de Carlos o por el simple hecho de que no le encuentre sentido a mi vivir. Se podría decir que es una mezcla de todos los sucesos mencionados.
El miedo, el cansancio, la impotencia y la ira. Aliados ahora, a los cuales he sucumbido por debilidad. Mis ansias por acabar con todo lo que me rodea, con los problemas, la sociedad. El mundo estúpido y enfermo en el que vivimos. Habla y serás condenado. Las verdades fluyen, pero nadie es capaz de alcanzarlas. Las mentiras emplean todo su poder para hacernos prisioneros de su lujuria. Pero estoy cansado de vivir bajo sus órdenes.
No sé en lo que estaba pensando, ha sido uno de esos momentos en los que el monstruo que habita en ti, sale a la luz. Cautivo, ha esperado hasta este mismo instante para dar la bienvenida. Por una parte no me arrepiento de mis actos, puesto que en un momento fue exactamente lo que quise, pero por otro lado, me asusto de mis propios gestos. Siempre he sido un chico tranquilo, calmado, o al menos hasta cierto punto. No es mi hermano el único que está cambiando, también estoy yo, aún sin estar bajo el efecto de las drogas, he cambiado. Para bien o para mal, es algo que nunca sabré con certeza.
– Óliver, ¿me oyes? – Poco a poco abro los ojos, los cuales permanecían cerrados, deseando alejarse del entorno. Tras conseguir recuperar la visión, me cercioro de que estoy tumbado en el suelo. Es mi hermano el que me pide una reacción y suspira aliviado al recibirla. – Menos mal.
Me pongo lentamente en pie con la ayuda de Hugo, el cual coloca una mano en mi espalda. Me anima con paciencia, alentándome de que debería tranquilizarme, pero estoy más intranquilo que antes. De repente veo lo que ha sucedido. Lo que he provocado, más bien. Veo cómo gotas de sangre resbalan por la barbilla de Carlos hasta caer al suelo de madera. Con el gesto encogido, aprieta las manos contra su nariz herida. Herida por mí.
En cuanto he escuchado la amenaza proveniente de los labios de Carlos, he perdido el completo control y he descargado toda mi tensión en un puñetazo. Le di de lleno en la nariz, y en cuanto eso sucedió, me desmayé. No me salen las palabras, no sé cómo pedirle perdón. Por mi culpa está intentando aguantar las lágrimas. Mi madre le abraza por la espalda, regalándole palabras tranquilas que le ayuden a calmarse. Mudo ante los hechos, doy un traspiés que de poco me hace caer al suelo de nuevo, pero mi hermano se encarga de que eso no sea así.
– Ca... Carlos... – Musito intentando rehuir su mirada contraída. – , lo siento mucho, no... no he sido consciente de mis actos.
No recibo respuesta, hasta que me hace un gesto negativo con la mano, indicándome que no puede pronunciar palabra. Aquello me rompe el corazón. Mi madre va a corriendo a la cocina para volver con una bolsa de hielo entre las manos. Se la ofrece a Carlos, que la acepta sin rechistar y se la sitúa bajo la nariz. Emite un pequeño gemido de dolor, pero al final consigue cortar la hemorragia. Hugo va en busca de un trozo de papel, para deshacerse de las manchas que recorren su mejilla y labios. Cuando termina de curarse, me dedica un pequeño discurso comprensivo.
– Óliver, sé que lo estás pasando mal con toda esta situación. – Me explica como si no hubiera recibido ningún puñetazo. – Sé que no quieres que tu hermano vaya a un centro médico, pero lo necesita. No conozco el grado de su... problema, pero pequeños o grandes, a los problemas siempre hay que darles importancia. Para estar seguros de que vuelve a estar tan normal como antes, debemos ingresarle. – Continúa con el gesto aparentemente apenado, realmente no le gusta la idea ni a él, pero lo ve necesario. – Mira, mi padre era alcohólico y constante consumidor de sustancias extrañas. Él siempre decía que no le pasaría nada, que tampoco era para tanto. Mi madre cayó en depresión, y yo lloraba todas las noches. Mi padre murió al cabo de un año. – Añade para concluir.
Tras escuchar la confesión de Carlos, toda la maldad que veía en él, desaparece por completo. Sufrir de esa manera por un ser querido, el cual es preso de un mundo imaginario, debe ser horrible. La familia lo pasa peor que el enfermo, ya que son ellos los que tienen que ver cómo aquella persona tan feliz y llena de vitalidad, muere poco a poco. Me compadezco de la vida de Carlos, la cual debe de haber sido muy dura. Suele ser muy reservado, y nunca antes nos había hablado de su familia. En cuanto alguien sacaba el tema, él se callaba completamente.
Se pone en pie tambaleándose levemente, mi madre le ofrece su mano, pero este la rechaza. Carlos me pone una mano en el hombro, gesticulando una pequeña sonrisa que solamente yo puedo apreciar, con este gesto me regala su perdón. Los tes presentes vemos cómo Carlos se encierra en el baño.
– Mamá, te prometo que ha sido sin querer. – Le explico rápidamente en cuanto Carlos cierra de un suave portazo.
– Óliver, te ha perdonado, pero entiéndele. – Me suplica.
De pronto recuerdo la reacción de mi madre al conocer los pensamientos de Carlos. Gritaba que no metería a su hijo en un lugar como ese, e incluso le pegó un puñetazo a la pared. Al escuchar sus recientes palabras, soy consciente de que ella tampoco era poseedora de la información sobre su pasado junto a sus padres.
Y ahora es cuando se me viene a la cabeza de que no lo conocemos todo. Creemos saber absolutamente todo de algunas personas, pero realmente nunca es así. La verdad es que ni nos conocemos a nosotros mismos. Yo me creía completamente incapaz de pegarle algún día a Carlos, y ahora todavía me duelen los nudillos del impacto ejercido. ¿Cuántas mentiras nos habremos creado nosotros mismos? Siempre creí que mi hermano era más inteligente de lo que aparentaba, o que mi madre era más fuerte. Pero él ha demostrado ser bastante estúpido, y ella que es débil. Lo desconocido abunda, los secretos que puede guardar una persona son incontables, devastadores. La incertidumbre de no conocer la completa verdad nos debería conducir a la locura, pero parece no ser así. ¿Estaremos inconscientemente preparados para ello?
– Mamá, ¿adónde me vais a llevar? – Pregunta Hugo, ligeramente entristecido.
– No tengo ni idea cielo – le confiesa mi madre dejando escapar un largo y pesado suspiro – , pero haremos lo mejor para ti. Y por favor, intenta alejarte de ese tipo que no te causa más que problemas.
Mi hermano asiente enérgicamente sin pronunciar palabra. Mi madre se pone en pie y camina hasta la cocina para a continuación encerrarse en ella. No me había dado cuenta del hambre que tenía, también estoy bastante cansado, han sido demasiadas emociones por el momento, no estaba tan preparado como creía. Y al mirar a Hugo, veo que él tampoco.
– Gracias por todo, en serio. – Me agradece mi hermano.