La tensión era superior a mí, ¿en serio estaba esperando a que yo me postrara ante sus pies a pedirle ayuda? ¿Era tan predecible? Siempre busqué alguna solución por mi cuenta, puesto que nunca encontré el valor para preguntárselo. Mi única conclusión con posibilidades era la de que él también ansiaba fama en cuanto pasó a primero. Me quedé con aquel motivo en forma de explicación. Para saciar mi duda. Cuando no consigo entender de qué va la cosa, intento encontrar cualquier clase de respuesta, sino me desespero.
– ¿Qué quieres decir? – Pregunté extrañado.
– Te propongo un reto que te llevará a lo más alto, hermanito. – Anunció con gesto soñador, mirando al techo. Instintivamente, también alcé la cabeza por la curiosidad.
¿Un reto? Me pregunté. Y menudo reto, aquel reto me haría sentir genial, me haría crecerme, ser alguien en menos de un año. Ser aquel al que todos conocen. Sería el más popular de todos. Sería Óliver Cos, aquel chico que se hizo de notar. Se me subió a la cabeza, me creía el mejor, mis amigos empezaron a separarse de mí porque no me aguantaban. Cambié completamente mi forma de ser, perdí todo aquello que quería, pero no me importó lo más mínimo. Seguí con todo el problema hasta llevarlo a la cumbre. Lo conseguí, pero con malos resultados.
– ¿Qué trato? – Pregunté notablemente interesado en las malvadas palabras de mi hermano.
– Jamás lo conseguiría. – Sentenció uno de los sicarios de mi hermano, Pablo.
– Démosle una oportunidad – insistió aquella persona feliz en la que se convirtió mi hermano – , tenemos los mismos genes, es posible que lo consiga.
Aquel temerario grupo de tres, me analizaba con la mirada como si de una rata de laboratorio se tratase. Sería una buena comparación, les serví de experimento. Más bien les serví de entretenimiento. Todavía me pregunto si mi hermano piensa que su idea fue la mejor solución para hacerme destacar. Si realmente él quería hacerme popular, o simplemente reírse de un pequeño influenciable. Llegó un momento en el que fui feliz, quizás.
– Veamos, Óli – comenzó con aquella historia que me adentraría a un nuevo mundo –, ¿quieres ser popular? Para destacar tienen que hablar de ti, para que hablen de ti tienes que hacer algo. ¿Qué se supone que vas a hacer? Yo te lo diré.
No me gustó por dónde quería ir, llegué a asustarme notablemente, por lo que Pablo y Rubén, comenzaron a reírse de nuevo, lo extraño es que mi hermano no se les unió, sino que se encargó de hacerles callar con un gesto de la mano. Les tenía atados a él como si fueran sus perros. no tenían libertad de expresión, ni dignidad, ni nada. Eran un par de lameculos que perseguían a mi hermano para hacerse los 'guays'. Menos mal que hace dos años se separaron por razones obvias.
– Tranquilo, no tienes que hacer cosas malas – se paró un segundo a procesar lo comentado – , o al menos no muy malas. Te voy a proponer un reto que te hará destacar. Tienes que liarte con 100 chicas antes de que termines el instituto. No me mires así, tienes tiempo.
Comencé a digerir la información. El reto consistía en que me liara con 100 chicas antes de acabar el instituto. Me pareció imposible, puesto que ni siquiera había dado mi primer beso. Todavía pensaba que las chicas eran unas cursis y que aquello de besarse debía ser una asquerosidad antihigiénica. Ingenuo de mí. No sé si fueron las ganas de triunfar, o el poco entusiasmo de tener que volver a escuchar las carcajadas de los siervos de mi hermano al escuchar mi respuesta negativa, pero acepté el reto.
– Lo haré. – Pronuncié aquellas dos palabras en voz alta, sintiéndome tanto poderoso como impotente. ¿Qué podía hacer un crío que tenía que ponerse de puntillas para tener los ojos de una chica a su altura? Era triste. Triste y patético.
Satisfecho ante mi respuesta, mi hermano se echó hacia atrás con las manos entrelazadas. Fue un gesto que se me quedó grabado, puesto que me recordaba a El Padrino. Le faltaba el gato. Aunque con dos perros le basta.
A partir de ahí, fue cuando comenzó todo. Empecé a darme cuenta de que era más fácil de lo que creía, me resultaba sencillo hacer que las chicas calleran rendidas a mis pies. Mis inusuales ojos azules les atraían, me querían. Mi aspecto infantil les parecía enternecedor, por lo que siempre me llevaba algún que otro beso en la mejilla de regalo de chicas de últimos cursos. Mi primera víctima, por así decirlo, fue Miranda Pérez. Era la chica más guapa de mi clase, por aquel entonces las chicas no estaban muy desarrolladas, era el primer curso, por lo que todo se regía a la belleza. Tenía el pelo largo y rizado, y los ojos más brillantes que había visto en mi vida. Fue fácil, ninguno de los dos se había liado antes con alguien, así que fue vergonzoso a la vez que divertido. Aquello de besar a una chica no estaba tan mal como pensaba. Lo peor fue la ruptura. Nunca antes había dejado a una chica, y no sabía cómo hacerlo. Imaginé que habría lágrimas, súplicas y toda clase de torturas psicológicas, pero lo único que me llevé fue una bofetada. Y no fue la primera.
Una vez que empecé, no pude parar. Dejé aquella apariencia humilde y tierna a un lado para convertirme en alguien seguro de sí mismo y capaz de cualquier cosa. Mi extravagancia sorprendía a todo el mundo, no me avergonzaba nada, era valiente y eso gustaba a la gente. Ya no necesitaba ir a por las chicas, ellas venían a mí. Algunas más mayores que otras.
Luego empecé a desarrollarme, crecí bastante, llegué al metro sesenta y cinco, comencé a hacer ejercicio apuntándome a fútbol y lo de ser skater sumaba puntos. Era alguien interesante, alguien a quien te apetecía conocer. Sigo siéndolo, sigo siendo esa horrible persona en la que me convertí, pero ésta vez siendo consciente de ello.
No hay comentarios:
Publicar un comentario