La dureza ejercida por parte de mi madre en nuestra educación, nunca ha sido del todo notable. Empleaba medios verbales, intentando hacernos entrar en razón, y que nosotros mismos nos percatásemos de nuestros propios errores, que los analizásemos, y a partir de ahí, cuidarlos. Esa tarea no nos resulto fácil ni a mí, ni a mi hermano, pero mi madre lo intentó hasta el final, y sin rendirse, todavía vive inculcándonos ese pequeño valor moral, haciéndonos crecer como personas, no como animales.
No consigo imaginarme su cercana reacción, al conocer la historia. No he sentido más miedo desde que vi cuatro películas de Saw en una tarde. Aquello fue una tortura psicológica. Aunque no llega ser del todo miedo, sino preocupación, ya que no es mi problema, sino el de mi hermano, por lo tanto es él el que debe sentir miedo, aunque su rostro se torna impasible. No puedo hacer más que acompañarle en su error, y apoyarle hasta el final, e intentar que no se venga abajo. Todo tiene solución, el problema está en la fuerza de voluntad empleada. Pero yo sé que mi hermano tiene la capacidad suficiente como para superar el problema con el que tanto tiempo lleva conviviendo.
El peso psicológico que ambos llevamos encima, no es factible que sea transportado por unas escaleras, por lo que hemos decidido subir en ascensor, aunque vivamos en un primer piso. Supongo que es para retardar el momento, no puedo evitar lanzarle una rápida mirada a mi hermano, el cual se sitúa a mi izquierda, dando pequeñas patadas al suelo, las cuales indican su nerviosismo ante la situación.
Tras la interminable subida por el ascensor hasta el primer piso, las puertas de este se abren de par en par, dando lugar a un no muy largo pasillo, el cual da dos salidas. Derecha e izquierda. Nosotros nos dirigimos hacia la izquierda, donde se encuentra la única puerta, que es donde vivimos. Como llevo las llaves en la mano desde que he bajado del coche, me encargo de abrir la puerta. Realizo el giro con pequeños altercados, ya que no puedo evitar comenzar a sentirme nervioso y temblar. Ojalá pudiese desaparecer ahora mismo, pero he de apoyar a mi hermano, me necesita más que nunca.
– Espera. – Me para mi hermano cuando por fin he introducido la llave en la ranura. – ¿No oyes eso?
Petrificado, intento identificar el sonido que efectivamente escucho, pero no consigo descifrar. Después de escuchar un largo barullo de voces, peleando, comienza a sonar un sollozo que aumenta hasta rozar el llanto. Abro con la puerta de una vez por todas, puesto que he conseguido reconocer aquellos respectivos llantos. Mamá.
– ¿Quién es? – Escuchamos preguntar a Carlos enfurecido desde su habitación. – ¡Hugo!
Carlos se acerca hasta nosotros con una mezcla de enfado y desahogo, considero que le hemos quitado un peso de encima. De la puerta, tras él, aparece mi madre, con el rostro cubierto en lágrimas, que se precipitan contra el claro suelo de madera. Puedo atisbar en su mirada el dolor y sufrimiento que ha llegado a sentir durante estas últimas horas. Al verla en pijama, comprendo que ni siquiera ha ido a trabajar, y por lo que parece, Carlos tampoco.
– ¿Dónde estabas? – Le dice Carlos, enfadado agarrando a mi hermano del cuello de la camiseta. – ¿Dónde coño estabas, Hugo?
– ¡Para! – Le grito a Carlos, el cual continuaba apretando cada vez más la camiseta de Hugo. – ¡Quítale las manos de encima! Sentaos y os lo explicará.
– Hugo, por favor... – Consigue decir mi madre, con un hilo de voz.
Hugo, en estado de shock, se lleva una mano al cuello, el cual contemplo que está enrojecido. ¿Qué mosca le ha picado? Se preocupa por él, pero luego le agrede de esa manera. Sé que han pasado como siete horas desde que Hugo se ha escapado de casa, incomunicado, sin pronunciar una mínima palabra, pero tiene sus motivos, y ni se ha molestado en prestarle unos minutos de atención. Se le ha echado al cuello en cuanto ha tenido la oportunidad. No puedo evitar mirar a Carlos con todo el odio que puedo. Me indignan sus modales.
Mi madre camina, en cabeza, hasta el salón-comedor, donde nos pide que tomemos asiento. Dejo que Hugo se siente en el sillón de cuero marrón, y mi madre, Carlos y yo, le imitamos, con la única diferencia de que lo hacemos sobre el sofá. Tras un minuto en silencio, le lanzo una mirada a Hugo, insistiéndole en que tome una iniciativa, pero mi madre se nos adelanta.
– ¿Estás bien? – Formula aquella pregunta intentando deshacerse de las lágrimas con el dorso de su mano. Puede parecer una simple pregunta, pero sé que es lo que realmente le preocupa a mi madre. Ella no es una persona materialista, si has roto algo, lo primero que te preguntará es si te has hecho daño. A mi madre le trae sin cuidado si mi hermano ha estampado el coche o no, pero creo que la cosa cambiará en cuanto sepa que lo ha vendido por una felicidad envasada.
– Técnicamente, sí.
– ¿Y mi coche? – Explota Carlos con el mismo tono enfurecido de antes, solamente que sin gritar.
Hugo se agarra, asustado, a los brazos del sillón de cuero. Si tuviera las uñas largas, tengo claro que dejaría marcas. Odio ver a mi hermano así. Taciturno, lúgubre. Puede que haya hecho mal, pero todos cometemos errores, todos caemos, y siempre nos levantamos, pero a unos les cuesta más que otros, y siempre habrá gente que nos impedirá ponernos en pie, por lo que hay que darle una patada al mundo, y seguir adelante. No puedo seguir así, en esta incertidumbre, por lo que estallo, y les cuento todo a Carlos y a mi madre, los cuales me miran estupefactos, tanto a mí, como a mi hermano, a lo largo de mi explicación. En cuanto termino la historia, veo cómo mi hermano espera, tenso, una reacción por parte de mis padres.
– Cielo, ¿por qué? – Noto decepción en su voz, hasta que mi madre se pone en pie, se acerca a mi hermano y le encierra en uno de sus abrazos. – Tendrías que habernos pedido ayuda desde el principio.
– Mamá, te prometo que haré lo que sea por salir de esta mierda. – Pronuncia mi hermano encerrando el rostro en el hombro de mi madre, los cuales todavía siguen abrazados. – Lo prometo.
Después de un largo minuto, se separan y mi hermano se vuelve a sentar en el sillón. Me pone una mano en el hombro, dándome las gracias en silencio. Ha salido muchísimo mejor de lo que me esperaba. Me imaginaba muchos más gritos y llantos, supongo que mi mente está preparada para lo peor. O puede que no.
– Yo no acepto promesas. – Sentencia Carlos antes de desparecer por la puerta del salón.
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