domingo, 6 de enero de 2013

16. INOCENCIA.


– ¡Te pillé! – Escucho decir a alguien detrás de mí, el cual me tiene sujeto por la cintura.
Me giro para ver de quién se trata, pero anteriormente tenía la ligera idea de quién era. Y efectivamente, estaba en lo cierto. Alicia. Me siento más alto de lo normal a su lado, es bastante menuda, y forma parte de su personalidad dulce. Es una especie de peluche. Cuando la ves por primera vez, inevitablemente muestra la impresión de ser una chica frágil y tierna. Con lo de tierna, aciertas, pero de frágil tiene poco. Tiene más huevos que muchos de los chicos que conozco, y por eso me da miedo que llegue el día de dejarla. Ese día que se torna cercano. Quizás nos encontremos en la víspera.
– Hola pequeña, ¿qué tal en Física? – Le pregunto amablemente a la vez que le regalo un suave beso.
– ¡Fatal! – Grita en medio del alborotado pasillo. – Odio a ese tío, le hace falta un buen polvo.
Me agarra de la mano y camina realizando una extraña danza. Lo que más me gusta de ella, es que es infantil. A veces siento como si tuviera que protegerla del mundo exterior, es una sensación extraña. Sin duda Alicia entra en la lista de las mejores parejas. En la cual habrá unos diez nombres.
Conozco a Alicia desde el colegio, ella iba a la otra clase, y como nunca nos relacionábamos con ellos, técnicamente fue en la secundaria cuando la conocí en realidad. Nunca he tenido mucho contacto con ella, el año pasado comenzamos a hablar por Tuenti, y descubrí que era muy maja, y al saber mi hermano de su existencia, le dio el visto bueno. Por una parte me dio lástima tener que hacerle eso, pero no me arrepiento de estar manteniendo esta extraña relación con ella. Es de las más largas, quizá la que más tiempo he mantenido a lo largo del reto. Llevo tres meses con ella, supongo que le he cogido cariño, pero mi hermano ya me está metiendo prisas. Me queda menos de un mes.
– Espero que no seas tú la encargada. – Comento para hacer la gracia.
– Pues yo espero que no seas tú, sinceramente. – Me contesta antes de soltar una sonora carcajada que suena como música en mis oídos. Sin poder evitarlo, siento la necesidad de saborear sus labios.
No dudo en hacerlo, por lo que nos retiramos hasta la pared, para no cortar el paso, y entre risas, le doy suaves besos por el cuello hasta llegar a sus labios. Cuando me separo lentamente de ella para coger aire, veo cómo me sonríe. Al verla reaccionar de esa manera, no puedo evitar hacer lo mismo. Es realmente contagioso. ¿Estará realmente enamorada de mí? ¿No se habrá preguntado alguna vez si será 'otra más'? Serían preguntas que debería haberse hecho, ya que es bien sabido que mi reputación no se basa en el respeto y amor hacia las mujeres. Debe de haber algo más, estoy seguro.
Salimos al recreo, y a lo lejos veo cómo mis amigos ya se han instalado en su sitio habitual. No muy lejos de ellos, se encuentra Arancha, jugando al baloncesto sin apartar la vista del pequeño corro que forman. Esa niña me da mucho miedo, podría protagonizar perfectamente cualquier película de terror. Yo la contrataría.
– Me voy con Inma y Ana. – Me anuncia tras poner un pie en los escalones. – ¿Quedamos luego?
– Esta tarde tengo entrenamiento, luego hablamos. – Le contesto con gesto falsamente apenado. Realmente no tengo entrenamiento. Necesito estar en mi casa para presenciar el fin del mundo que se avecina con la historia de Hugo. Un escalofrío me recorre de pies a cabeza nada más con recordarlo. – Ah, y dile a Moco que si no sabe utilizar el número oculto, que no lo intente, que si quiere llamarme por las noches, no necesita el anonimato.
– Es que estaba un poco pedo. – La excusa con una ancha sonrisa. – Ana y yo, aprovechándonos de su móvil con tarifa plana, decidimos gastarte una broma, pero no sabíamos utilizar el oculto, lo siento. – Dice esto último haciendo pucheros.
Le revuelvo el pelo, cosa que le molesta y le doy un beso en la mejilla. Sale corriendo hasta las ventanas, donde se reúne con sus dos queridas amigas. De camino a donde se encuentran mis amigos, Inma, más conocida como Moco, me muestra su dedo corazón. Siempre me ha odiado sin motivo alguno, será porque me llevo metiendo con ella desde preescolar. Qué rencorosa puede llegar a ser la gente.
Camino con paso ligero hasta mis amigos, que me ven llegar con una sonrisa en la boca. Hoy está siendo un día extraño, pero no sé por qué, estoy extrañamente feliz. Me siento con las piernas cruzadas al lado de Víctor, el cual está engullendo un bocadillo del tamaño de mi brazo. Saludo al resto de los presentes, sin recibir respuesta, y de la mochila saco una manzana que la madre de Víctor se ha molestado en meter.
– Óliver, ¿esa camiseta no es de Víctor? – Me pregunta Sofía a la vez que me inspecciona con la mirada.
– ¿Y esos pantalones no lo son también? – Pregunta a la vez Natalia, con el mismo gesto de confusión.
Miro sinuosamente a Víctor, el cual me observa expectante. ¿Qué podría decirles? Mentir es mi virtud y a la vez mi defecto, pero no sabría qué contestarles. Algo tan simple como eso, encierra una larga historia, menos mal que mis amigos no le dan mucha importancia a las cosas.
– Sí, me apetecía cambiar de look.
En respuesta recibo un conjunto encogimiento de hombros. Realmente preguntan por preguntar, no somos un grupo de amigos muy interesados por el resto, un poco egocéntricos somos, lo admito, pero me gustaría que se preocuparan por mí de vez en cuando. Al menos me queda Víctor, que de momento está viviendo el aspecto más duro de mi día a día.
No sé qué haría sin mi mejor amigo.

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