– Recoged. – Sentencia el profesor de matemáticas en cuanto el timbre da la señal de la hora del recreo.
Durante estas primeras clases he permanecido impasible y sin expresión alguna en el rostro, asombrado por los acontecimientos recientemente sacados a la luz. Carla ha intentado llamarme la atención un par de veces, al verme ausente. No he sido consciente de las preguntas formuladas por parte de los profesores, que al verme poco interesado en sus respectivas explicaciones, han decidido ir a por mí haciendo relucir sus intenciones por dejarme en ridículo.
A primera hora hemos tenido Historia, y en cuanto he puesto un pie en la clase, he podido contemplar cómo la mayoría de los alumnos, los cuales cuchicheaban entre ellos, dejaban un momento sus conversaciones para dirigir en conjunto su mirada hacia mí. Me sentía acribillado y no sabía cómo reaccionar. Me había quedado prácticamente congelado, y las bromas y risitas por el fondo, no ayudaban de ninguna de las maneras. El rumor del espectáculo que hemos montado Alicia y yo se había extendido como la pólvora. He caminado con la cabeza gacha hasta mi sitio sin tan siquiera darle los buenos días a Carla. Ella era la única que no me llamaba cornudo. Hay veces en las que el silencio es mejor que cualquier frase de consuelo.
Durante las tres horas transcurrentes, no he podido evitar analizar la presencia de Amelia en aquel momento. Percibí un matiz de regocijo en su exclamación, como si aplaudiera fascinada ante una maravillosa obra de teatro. Me pregunto qué hacía allí, silenciosa, esperando a que me pusiese en pie. No tengo humor para preguntarle qué demonios hacía metiendo cizaña, por lo que decido morderme la lengua. No comprendo por qué se muestra tan fría y reacia hacia mí. No le he hecho nada, y ya me ha crucificado. Sé que quiere deshacerse de mí, sé que quiere verme sufrir.
Salgo apresuradamente de clase para no toparme con bromas ingeniadas por parte de mis queridos compañeros, pero lo que realmente quiero evitar, es la compasión de Víctor. Aunque no hubiese significado nada para mí, aunque no le hubiese dado la menor importancia, él me haría sentir afligido y culpable. Odio cuando activa el modo comprensivo respecto a mis relaciones. Es más incómodo que hablar con mi madre respecto al tema. Quiero mucho a Víctor, pero prefiero evitarle cuando veo en él un atisbo de lástima hacia mi persona. Pura supervivencia.
– ¡Eh, cuidado, toro! – Me dice un mañaco de tercero al chocarme accidentalmente con él en mi marcha rápida.
En estos momentos, odio a la gente. Odio a todo aquel que me rodea. Son esos momentos en los que desearía encerrarme en mi habitación para no salir de allí en una larga temporada. El bochorno se apodera de la situación, y no encuentro en mí ningún ápice de atrevimiento para levantar la cabeza. ¿Cómo se ha difundido tan rápido nuestra ruptura? Los cotilleos corren a la velocidad de la luz. Como la gente no tiene suficiente con sus vidas, deciden adentrarse en la de los demás. Me encantaría ir a por aquel chico rubio de tercero con el que me he chocado para decirle cuatro palabras, pero no merece la pena.
Camino hasta las escaleras de enfrente de secretaría, las cuales están completamente desiertas, ya que no se está permitido el paso a alumnos. Me siento en el primer escalón y escondo la cabeza entre las piernas. Tengo ganas de gritar y pegar puñetazos a diestro y siniestro, pero ahora lo primordial es desaparecer, o al menos temporalmente. Lo malo de que todos conozcan tu nombre, es que siempre están atentos de qué harás y dirás. Es una presión con la que debo vivir.
– ¿Se puede? – Dice alguien con una voz suave y ligeramente aguda.
Levanto la cabeza y me encuentro con Carla, que me regala una media sonrisa de amabilidad dibujada en la cara. No puedo ver bien la expresión de sus ojos, porque desde este punto de vista, no puedo ver más allá de sus gafas negras de pasta. Hoy lleva el pelo castaño recogido en una coleta. Una camiseta de manga corta de líneas horizontales rojas y blancas y unos vaqueros claros. La verdad es que era la última persona a la que me esperaba encontrar. Por un momento pensé que Víctor me perseguiría, pero no ha sido así. Prefiero pensar que ha sido porque ha visto que necesitaba encerrarme en mi propia soledad.
– Claro. – Le contesto haciendo un hueco a mi lado. – ¿Cómo me has encontrado?
– Te he visto salir corriendo de clase, y me ha parecido extraño. – Comenta sentándose a mi lado. – ¿Estás bien? Sé que nuestra relación no va más allá del ámbito escolar, pero te he visto mal.
Su observación y preocupación me emocionan. Como bien dice, nuestra relación no va más allá de las puertas de nuestra aula. Las conversaciones más largas que hemos mantenido trataban de lecciones que yo no acertaba a comprender. Nuestras vidas personales siempre han sido para nosotros mismo, pero ahora que lo pienso, me encantaría conocer a Carla. Siempre ha sido una chica muy misteriosa, y no la veo con mucha gente. ¿Quiénes serán sus amigos?
– Creo que lo sabes de sobra.
– Ya, pero el protocolo dicta que debo preguntar. – Confiesa encogiéndose de hombros. – Pero en serio, quiero ayudarte. ¿O te molesto?
– No, no me molestas, es solo que ya no sé ni donde meterme. – La tranquilizo.
No me puedo creer que le esté contando mis problemas a Carla Coral. Sería más corriente hacerlo con Bob Esponja. No es por exagerar, pero Carla nunca me ha parecido ser una persona con la que intercambiar secretos y problemas, es muy reservada, y su mente se basa en los estudios. Nunca la he visto en ninguna discoteca, es más, jamás la he visto por la calle. Pero me parece un bonito gesto que se haya preocupado por mí y haya marchado en mi busca.
– Óliver, ¿por qué? – Me pregunta con gesto cansado, como si tuviera mil años.
– ¿Por qué el qué? – Pregunto en respuesta, extrañado.
Alterada, se pone en pie, y sin poder aguantarse, pega una patada a la barandilla. Sin reacción en su rostro, da a entender que no ha recibido dolor. Me asusto al ver a Carla así, con lo pacífica que es, es más raro que ver a un perro verde. Se deshace de la coleta para rehacérsela, y se sitúa frente a mí, permitiéndome verla directamente a aquellos ojos oscuros que normalmente inspiran tranquilidad.
– ¿Por qué haces todo esto? – Pregunta de nuevo. – ¡No dejas de ir de flor en flor! ¿Qué esperas encontrar? A este paso solo te vas a llevar bofetadas.
Las sinceras palabras de Carla me rompen el corazón. Es una realidad que ya me he aprendido de memoria, pero escucharlo proveniente de sus labios, suena todavía más real, como si no hubiera otra salida. Ahora echo de menos las palabras de consuelo de Víctor, sé que lo que me cuenta ella es lo que está ocurriendo, pero necesito escuchar mentiras que anuncien que eso no va a ser así. No me siento lo suficientemente bien como para discutir con Carla sobre ello. Pero sé que ella lo hace para ayudarme, y me encantaría explicárselo todo. Es más, pienso hacerlo.
– Carla, ¿tienes algo que hacer esta tarde?
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