domingo, 6 de enero de 2013

6. ATENCIÓN.


– Guarden los aparatos electrónicos, por favor. – El señor Suarez entra por la puerta recitando su pesada coletilla. Es nuestro profesor de biología. Un hombre de mediana edad, de grandes dimensiones y una pequeña barba entrecana que me suele recordar a Papá Noel. – Señor Espinosa, ¿no me ha escuchado?
Álvaro Espinosa, se ve obligado a guardar en la mochila el móvil que supuestamente escondía. El señor Suarez es el único profesor que nos habla de usted, y siempre nos pide respeto. Parecerá un carroza y un aburrido, pero es el profesor con el que mejor nos lo pasamos. Cuenta chistes malos de biólogos y a quien acierta las adivinanzas le sube la nota. Nos anima a estar atentos, es un buen método.
Saco mi archivador de los Lakers de mi mochila y me dispongo a coger el libro cuando una nota aterriza enfrente de mí. Miro a mi alrededor, pero no nadie me observa con indicios de emisor. Que raro que comiencen a enviar notas tan temprano, normalmente es durante la clase. Me agacho para alcanzar la nota y me incorporo en mi sitio. En biología nos sentamos por orden de lista, por lo que estoy en la segunda fila al lado de Carla Coral. Se podría decir que es la empollona de clase, por lo que no me distraigo fácilmente y siempre consigo estar atento. También me ayuda con lo que no consigo entender, incluso una vez, que teníamos un examen de tres temas y yo me puse malo la semana antes, vino a mi casa para ayudarme a estudiar. Es una buena chica.
Escondida en el estuche, lenta y sutilmente, con la mirada fija en la pizarra, despliego la nota recibida y antes de comenzar a leer, Carla me da un codazo. El profesor ha lanzado una mirada en nuestra dirección, y si me llega a ver concentrado en mi estuche, me habría llamado la atención. Cuando comienza a dar una explicación sobre genética ayudado de la pizarra, le doy las gracias a Carla con la mirada, ella asiente. Quizás sea la única persona en este instituto que me vea con otros ojos, no habla a mis espaldas, me dice las cosas que le parecen mal sobre mi conducta y puede que pase de sus consejos, pero en ningún momento dejo de escucharla. Incluso rechazando su ayuda, continúa ahí para echarme una mano. Nunca he llegado a intimar con ella, pero soy feliz con nuestra extraña relación de compañeros.
De una vez por todas, leo el contenido de la nota: "Mucho estás tardando tú en romper con otra zorra más, ¿no se nos habrá encaprichado el melenas, no?". Releo la nota por tercera vez e incrédulo, miro hacia atrás en busca de un culpable. ¿Quién de los presentes puede haber sido? Todos miran atentos a la explicación del señor Suarez, todos menos ella.
Ha resultado casi imperceptible, pero por un descuido, ella misma se ha delatado. Aquellos ojos extraños se han posado sobre los míos durante un microsegundo. Pero ha sido suficiente para saber que ella es la emisora de la nota que reside entre mis manos. Pensé que ya no formaba parte de sus pensamientos, pero ya no sé si es peor no formar parte de ellos, o ser un sinónimo de odio. Me planteo la situación y considero que prefiero no formar parte de ellos. Ser invisible para alguien es más de lo que puedo pedir. Hay momentos en los que me encanta que me reconozcan, que sepan mi nombre y que me señalen, a veces es satisfactorio, pero otras agobiante. Hay momentos en los que desearía no ser nadie, ser un simple que únicamente sale de su casa para ir a clase. Me gustaría saber qué se siente siendo así.
– Protón Cos, ¿vive en la nebulosa o es imaginación mía? – El señor Suarez me hace recobrar el sentido de la realidad y volver al mundo al que pertenezco. La clase ríe ante su llamada de atención. – ¿Qué pasa por su mente? Cuéntenos.
– No quiero aburrir a nadie. – Intento rehuir una conversación innecesaria, pero resulta en vano.
– Sabe que este es el Salón de la señorita Pepis cuando nos lo proponemos. – Se pasa la mano por la calva con mirada soñadora y una sonrisa de falsa felicidad. Las imitaciones del señor Suarez son tronchantes. – ¿Se le ha roto el espejo, señorito Cos?
En clase de biología hacemos de todo, menos dar clase. Parece un rincón de cotilleos en el que todo el mundo cuenta sus problemas. De vez en cuando el profesor salta diciendo: "¡Esta unidad es estrepitosamente aburrida! Hablemos del partido de anoche". Y a continuación comenzamos a hacer debates sobre el tema, en este caso del partido. Sin duda, la clase de Biología es la mejor de todo el día, menos cuando soy yo el centro de atención.
– No, señor – Me lamento haciendo que sobresalga el labio inferior. A lo cachorrito, como diría mi prima Laura. – , ésta vez ha sido el peine. Muy trágico todo.
– Ya decía yo que esa maraña de pelos no podía ser obra del Señor. – Todos volvemos a reír, el señor Suarez es como un adolescente más, solamente que más recatado y fino. Al menos aparentemente. – Ya sé qué regalarle por su cumpleaños. Me lo he pedido.
Dice la última frase levantando la mano. Después de entrar en conversación con otro alumno despeinado, vuelve a su trabajo escribiendo el resumen del apartado dos del tema diez. Me encanta la genética, me resulta curiosa e interesante. Saco una hoja de cuadros y comienzo a copiar todo lo que el profesor escribe en la pizarra. Instintivamente, giro la cabeza para encontrarme de nuevo con aquella mirada que hace mucho tiempo desprendía cariño. Aquella mirada del color de las avellanas que me hacía sentir cosas increíbles. Aquella mirada con la que no he vuelto a tener contacto. Aquella mirada que ahora desprende odio.
Observo cómo sus suaves y rosados labios se entreabren para decir algo, pero se lo piensa dos veces y vuelve a cerrar la boca. El castaño y largo pelo ondulado, se mueve de un lado para otro, como en las películas, por la corriente de aire entrante por la ventana. He de admitir que es preciosa. He de admitir que significó mucho para mí. Pero también de admitir que forma parte de mi pasado.
Amelia.

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