Sé que es fácil hablar, pero cumplir tus promesas es un mundo totalmente diferente. Que todo aquello que creemos ser capaces de afrontar, nos puede dar una sorpresa. Las palabras vuelan tan rápido como son pronunciadas, los actos perduran hasta el final. Cada acción tiene su reacción. Buena, o mala, eso depende de tus intenciones. Lo he ido aprendiendo a lo largo de mi vida, pero es algo que no suelo poner en práctica.
Ayer me puse un propósito, un propósito bien estúpido. Antes de acostarme, sentí morriña por los viejos momentos con Víctor, así que me propuse ponerme el despertador, y obedecer a sus órdenes. Me pareció buena idea, hasta la hora de la verdad, cuando he tenido que levantarme. Avisé mediante un mensaje a Víctor de que a las siete y media estaría en la puerta de su edificio. ¿Su primera reacción? Reírse de mí y negarlo completamente, jurando que no se lo creía. Creo que han sido más las ganas de restregárselo por la cara, que las de caminar hasta el instituto junto a él las que me han hecho levantarme a las siete en punto con ímpetu y a reventar de energía. No es cierto del todo, concienzudo de mi probable reacción, me he puesto el despertador quince minutos antes de cuando quería despertarme. Es lo que tiene conocerse.
Anonadada he encontrado a mi madre al verla salir de mi cuarto y verme entrando al baño. ¿Tan extraño es que me despierte a mi hora? Qué poca fe deposita la mayoría de la gente en mí. ¿Debería sentirme ofendido? Supongo que no, es demasiado pronto como para ofenderse, o mejor dicho, demasiado temprano para todo.
En cuanto me he puesto en pie, no he dudado en desprenderme de mi pantalón de pijama para sustituirlo por mi vestuario del día. No me he calentado mucho la cabeza, por lo que he cogido la primera camiseta que se asomaba al abrir al cajón, la cual consistía en una camiseta blanca holgada con mangas azul oscuro. Me he puesto unos vaqueros viejos y unas Converse, no me he encontrado muy inspirado hoy como para ponerme a conjuntar.
Y ahora mismo estoy bajando las escaleras repleto de euforia por haber cumplido mi promesa de madrugar. Normalmente mi energía bajando las escaleras el literalmente escasa y deficiente, pero hoy presiento que será un buen día, y que nadie podrá conmigo. Normalmente cuando pienso eso, resulta ser todo lo contrario, pero hoy prefiero vivir en la ignorancia.
– Vaya, mi más sinceras disculpas. – Confiesa noblemente Víctor, realizando una patética reverencia. – No creía en vuestra palabra, os merecéis un aplauso.
Y acto seguido comienza a aplaudir mi logro. La verdad es que me siento bastante orgulloso de mí mismo, puede que sea algo insignificante, pero normalmente nunca acabo lo que comienzo. Estoy intentando madurar, y cumplir con mi palabra. Continúa regalándome ovaciones a cada cuál más exagerada que la anterior durante una manzana, que es cuando le pido unos minutos de silencio. Sigo ligeramente dormido, y supongo que acaba de provocar el despertar de más de la mitad de los vecinos, ya que dos mujeres mayores se han asomado al balcón en bata para escupir maldiciones indescifrables hacia nuestra persona.
– Yo no sé cómo tus vecinos te soportan.
– Fácil – me explica dando un pequeño salto – , hay gente peor que yo.
Comienza a contarme las vidas de cada uno de los residentes de su edificio. Empieza hablándome del tipo del primer piso, que es un hombre mayor que está falto de calidad auditiva y se ve obligado a aumentar el volumen de la radio, de la cual es un gran aficionado. En el segundo piso vive una familia en la que la madre se dedica a gritar a sus dos hijas, el padre a ver el fútbol y ya sea por el día, o por la noche, la mujer irá con tacones. En el tercer piso vive Víctor con sus padres y su hermana. Su hermana es igual que él, así que dudo que sean los más silenciosos del edificio. En el cuarto y último piso vive un tipo aficionado a la ópera y a la música clásica. Es un cuarentón que vive solo y que no sale de su casa ni para comprar el pan. Menudo lujo de edificio, en el mío no se escucha nada, supongo que he tenido suerte. En cuanto termina su discurso, ya hemos llegado al instituto. Aquel edificio feo, en el que tus vecinos sufren tanto como tú.
– Tío, cada día me da más miedo entrar aquí. – Suelta de repente sacudiendo los brazos – Cada vez queda menos para la Selectividad, y los profesores no dejan de recordárnoslo.
– Si hubieras hecho lo mismo que yo, no te sentirías tan agobiado. – Sentencio provocando una mueca de desgana en el rostro de Víctor.
Caminamos en silencio, esquivando a los niños de primero los cuales veo más bajitos cada año que transcurre. Me niego a creer que yo fui así de enano. Pero si la mochila es más grande que ellos, pueden dormir en ellas. Mi indignación por la menudez del pueblo pequeño, no da más de sí, por lo que decido dejarlo estar, siempre me planteo la misma pregunta cuando comienza un nuevo curso: ¿Es que no toman los suficientes Petit-Suise? Y eso que estamos a final de curso.
– Oye, Víctor, ¿por qué nunca va tu hermana contigo al instituto? – Pregunto, cuando realmente es un pensamiento en voz alta, se me ha escapado sin querer.
– ¿Cómo? – Me mira extrañado hasta que comprende mi pregunta – Ah, vale, es que ella se va en autobús, porque va con sus amigas.
Seguimos hablando de la hermana de Víctor hasta llegar a la cafetería. Hemos llegado a la conclusión de que no va en autobús por sus amigas, sino porque le gusta un chico, y tenemos que descubrir quién es como sea. Al fondo del pequeño espacio, se encuentra nuestro grupo de amigos, los cuales no se percatan de nuestra presencia hasta que Víctor da los buenos días. En cuanto le responden, dirigen una asombrosa mirada a mí. Como esto sea así siempre, no voy a madrugar en mi vida.
– Ni se te ocurra. – Amenazo a Iván entrecerrando los ojos. Veía venir su comentario gracioso desde que he cruzado la puerta. Su gesto de fastidio me confirma que estaba en lo cierto.
Alcanzo una silla de otra mesa completamente desocupada y me hago sitio entre Lorena y Tomás, los cuales se hallan en una disputa sobre lo que hay que estudiar o no del examen de filosofía. Odio cuando se pelean ellos dos, puesto que son los más tercos del grupo y sus batallas consisten en gritos y algún que otro puñetazo por parte de Lorena. Me cansan, por lo que decido entrometerme.
– ¿Qué tal, Lore?
– Óliver, ¿no ves que estoy hablando? – Me regaña clavándome la mirada. Sinceramente, me da miedo cuando se altera, que es la mayor parte del tiempo.
Hago amago de echar la silla para atrás, y dejarles espacio a sus puñetazos, pero algo o alguien me impide hacerlo. Dirijo la mirada hacia atrás para descubrir de quién se trata, pero antes de hacerle me hacia una ligera idea. Recibo un sonoro beso en la frente por parte de Alicia, que me mira sonriente por la espalda.
Me ha costado tomar la decisión, pero finalmente, he decidido seguir adelante con el plan del principio. Acabar este reto de una vez por todas. Hugo tiene razón, ella no me quiere, no siente nada por mí, sabe lo que he hecho anteriormente, y sabe que no cambiaré. Es parte del juego, y estoy seguro de que es consciente de ello.
– ¿Puedo hablar un momento contigo? – Le pido con una media sonrisa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario