domingo, 6 de enero de 2013

23. INFIDELIDAD.


Aquello de acabar con una relación tan duradera me supone todo un sacrificio. Cada persona es un mundo diferente, y las reacciones de estas, son inesperadas e incalculables. Normalmente, cuando crees conocer a una persona, presientes cómo acabará todo, pero cuando la personalidad de una persona te resulta desconcertante, y su actitud, extraña a momentos, a la hora de acabar con una etapa, el resultado está lleno de sorpresas, como una piñata.
En estos momentos suelo pensar en positivo, ya que es el momento qué más ansío en que llegue. Normalmente mis líos y relaciones, no son llevaderos, la persona escogida no me cae especialmente bien o cuando tengo la suerte de conocerla, me demuestra que podría haber vivido tan tranquilamente sin hacerlo. Pero cuando he llegado a sentir algo de verdad, no encuentro las palabras, aparto la mirada y me hundo en el silencio, intentando escapar de los futuros sucesos. Una solución cobarde, pero la cobardía ya no me supone ningún problema.
– Te noto ausente. – Comenta entrelazando su mano con la mía.
– No digas tonterías. – Intento escabullirme dejando escapar una risa tensa.
Me hace parar en seco y me obliga a mirarla a los ojos. Ceñuda, intenta descifrar el enigma de mi expresión, la cual imagino que se trata de una mezcla de angustia y tristeza. Espero ser buen actor. Le saco la lengua para que deje de mirarme de esa manera, pero mi gesto cómico, ni tan siquiera la inmuta. ¿Qué ve?
Mi madre siempre me ha dicho que no soy muy expresivo, pero que hay determinadas emociones que desvelo con tan solo una mirada. El miedo y la tristeza son dos claros ejemplos. Por el momento no he sido conocedor de ninguna más, sino de las típicas. Recuerdo que cuando iba a cuarto y empezó el año, había un niño nuevo de nacionalidad Rusa. Andrey, creo recordar que se llamaba. La cuestión es que era un chico muy alto y delgado, como no entendía muy bien el idioma, no podía comunicarse demasiado bien con nosotros, pero a lo largo del curso se fue soltando más. Este chico rubio y de ojos azules, tenía una extraña enfermedad por la cual no podía transmitir sus sentimientos, y no tenía la capacidad de reconocerlos. En cuanto nos lo comentaron creímos que nos tomaban el pelo, pero descubrimos que no se trataba de ninguna broma, y que Andrey no entendía las emociones. Pobre niño, no volvimos a saber de él desde que acabamos primaria.
– Venga – me insta tirándome del brazo – , ¿qué tienes que contarme? Me tienes muerta de la intriga. – Confiesa con cara de cachorro.
No sé ni cómo ni por donde comenzar. El corazón me late con tanta fuerza que no me puedo creer que Alicia no oiga el sonido que provocan mis latidos. ¿Qué puedo decirle? Puedo soltarle la charla de que somos demasiado jóvenes como para mantener una relación seria, que tenemos toda la vida por delante, y derivados. Esa excusa me ha salvado de incontables apuros, en caso de emergencia, podría echar mano de ella.
– Espera, espera, espera – me pide poniendo las manos sobre mi pecho – . No aguanto más, tengo que contarte algo.
– ¿Contarme el qué? – Pregunto arrugando el entrecejo. Me ha pillado de improvisto, ¿qué tendrá que confesarme?

– El otro día, cuando te llamamos Inma, Ana y yo, fue porque Inma quería chivarse de una cosa – realiza una pausa para observar mi expresión, la cual se presenta impasible. No me gusta por donde va la cosa – . Esa cosa era que antes de llegar a casa a las tantas de la madrugada, estaba en un pub con ellas, y cuando ya estábamos bastantes contentillas, apareció Héctor.
El corazón me da un vuelco en el pecho y los ojos se me abren como platos al escuchar la noticia. Héctor es el ex-novio de Alicia. Es un armario de veinte años que se dedica a vaciar las estanterías de cerveza de todos los supermercados. Siempre me pregunté cómo una chica tan dulce como Alicia, acabó con un capullo como Héctor. El caso es que cortaron porque él la dejó, alegando que estaba enamorado de otra chica. Le rompió el corazón, y juró odiarle eternamente. Al ver que no realizo ningún comentario, prosigue con la historia.
– Vino directamente hacia nosotras y me contó que había cortado con su novia porque seguía enamorado de mí – me explica con la mirada fija en el cuello de mi camiseta –. El tema es que sentí pena por él, y le dije de tomar alguna copa. Y entre copa y copa pues... nos acabamos liando. – Concluye dirigiendo la mirada a sus zapatos, repentinamente interesada en los cordones de sus deportivos blancos.
Entreabro la boca lentamente, gesticulando una queja sin sonido alguno. Me ha pillado totalmente por sorpresa. Me lo esperaba de cualquiera, de cualquier persona, menos de ella. ¿Me ha engañado con otro tipo? Con su ex, para ser explícitos. No me sirve la excusa de que estuviera borracha, ella cedió y es algo que no pienso perdonarle. La verdad es que me estaba planteando si dejarla o no, pensé que podría dejar todo el reto. Por ella. Pero veo que he hecho bien en querer hablar sobre el tema.
– ¿Óliver? – Me llama en cuanto me giro para alejarme de ella. – ¡Espera! ¿Adónde vas?
– ¡Lejos de ti! – Exclamo con odio. – ¡Me has puesto los cuernos!
– ¡Estaba borracha! – Se excusa, como era de esperar.
Camino frustrado hasta las escaleras del instituto, donde me siento con rencor. A lo lejos la veo caminar con paso decidido hasta donde me encuentro, para a continuación, sentarse a mi lado entre jadeos. Estoy furioso, me ha decepcionado, yo nunca le habría hecho algo así. Me he emborrachado muchas veces, y nunca me he liado con nadie en ese estado, a no ser que fuese mi novia. Pero se ve que también se ha liado con los diferentes conceptos.
– Óliver, no sabes cuánto lo siento, perdóname.
– No sabes lo que duele – le comento antes de soltar una carcajada impropia de mí –. Lo gracioso es que yo te iba a dejar ahora, ¿verdad que es gracioso?
Alicia me mira con los ojos muy abiertos, incrédula ante mis palabras. Parece ser que no, no le hace ninguna gracia. Ahora es ella la que se pone en pie enfadada y se sitúa enfrente de mí para agacharse y colocarse a la altura de mis ojos. Me lanza una mirada cargada de odio e indignación.
– Inma me avisó, me dijo que iba a ocurrir de un momento a otro – dice acercándose cada vez más a mí –. Pero yo caí en tu trampa, me creí tus mentiras y pensé que eras diferente.
De pronto se aleja y me propina una buena bofetada en la mejilla izquierda, dejándome esa zona dolorida por el impacto. Lo peor es que no estábamos solos en las escaleras. Una buena cantidad de alumnos de todos los cursos han presenciado el momento. Han sido testigos de nuestra discusión y nos han visto en nuestro peor momento. ¿Qué opinarán ellos? La mayoría conoce ya mi historia y no se sorprenden de mis intenciones.
Entonces suena el timbre que da la señal de un nuevo día de clase, y toda la gente concentrada alrededor de mí, se pone en pie para caminar hasta sus respectivas clases. Me coloco bien la mochila a la espalda y espero a que todo el mundo abandone las escaleras para permanecer un par de minutos en soledad. En cuanto todo parece estar vacío, me pongo en pie y me giro para ir a clase. Cuál es mi sorpresa al ver que en la puerta principal se encuentra Amelia, con un libro de química entre los brazos, y una sonrisa diabólica dibujada en su rostro. Por un momento me planteo hacerle una pregunta, pero comienza a abrir su mochila para guardar el libro que encerraba entre sus brazos y yo persigo todos sus movimientos con la mirada. Cuando termina, su mirada se cruza con la mía y me regala un lento y pausado aplauso.
– Bravo.

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