Encerrarme en mi habitación con pestillo no es más que pura costumbre. Puedo encontrarme completamente solo en casa, que automáticamente, en cuanto me adentre a mi habitación, cerraré la puerta. Podría decirse que es un reflejo, durante las largas discusiones con mi madre sobre temas que realmente son irrelevantes cuando me paro a pensarlos, volver a mi habitación y cerrar de un portazo, me ayuda a descargar toda la ira de mi interior. No soy de esos tipos sin educación que no le tienen respeto ni a su madre y a la primera de cambio, ya le están levantando la mano. A esos les falta una buena colleja a tiempo.
De pequeño fui considerablemente revoltoso, me revolucionaba al instante y me convertía en un auténtico terremoto. Mi tío Fernando bromeaba diciendo que era por su culpa, que no debía darme Red Bull para merendar. Me llevé bastantes regalos por parte de mi madre, de esos poco materialistas. Sí, esos que te hacen recordar lo maravilloso que es el amor materno. Exacto. Como iba diciendo, fui muy pesado, e incluso me llevaron al médico para ver si me diagnosticaban algún tipo de hiperactividad. Preocupaciones de madre. Todo se me pasó cuando cumplí siete años. No recuerdo exactamente la razón, pero mi madre acabó llorando, y cuando una madre llora, y encima sabes que es por tu culpa, se te cae el alma a los pies. Desde aquel día, intenté ser más calmado y acarrearle menos trabajo a mi madre.
De mi abarrotado escritorio de madera, alcanzo mi iPod y me coloco los auriculares para sumirme en el mundo que me encierra la música. Mi estilo de música favorito es claramente el rock. Nada más, ni nada menos. Es normal, puesto que he recibido influencias de ese estilo desde bien pequeño. Mi padre siempre ha sido un grandísimo fan de Metallica. Todavía conserva todos sus discos, y cuando cumplí diez años, me regaló por mi cumpleaños una camiseta del grupo que era como diez veces yo. A día de hoy todavía me queda ligeramente grande, pero prácticamente ni se nota.
Me tumbo en la cama y voy al menú para elegir la canción que deseo escuchar. Normalmente pongo la primera que aparece, pero necesito una en especial en este mismo instante. Bohemian Rhapsody. Exacto, Queen. Mientras que mi padre es un fanático de Metallica, mi madre lo es de Queen. Ella siempre soñó con ir a un concierto, e incluso una vez intentó fugarse de casa para ir con unas amigas. Esto me lo contó la abuela hace mucho tiempo, cuando fui a Italia por Navidad.
Mi familia por parte materna reside en Italia. No he ido muchas veces, porque son saldría muy caro, pero algunas Navidades mi madre consigue llevarnos para que vea a la familia. Allí tengo una amplia familia. Mi abuela Nora, mi abuelo Paolo, mis tías Casandra y Lara, mis tíos Felipe, Giovanni y Rodrigo, mis primas Isabella, Sophia, Carlota, Arancha y Andrea y mis primos Nico y Leandro. Quizás no sea tan amplia, pero comparada con mi familia por parte paterna, lo es. Por parte paterna solo tengo a mi abuelo Jaime, a mi tío Fernando, a mi tía Claudia y a mis primos Alejandro y Pablo. Son hermanos gemelos, y son la imagen infantil de mi tío. La familia de mi padre somos solo nosotros, más mi hermano y yo, puesto que mi madre no cuenta.
De repente, con el sonido de una canción lenta y soñolienta, acabo sucumbiendo al sueño. Normalmente mis sueños consisten en situaciones completamente surrealistas que no tienen ni pies ni cabeza, o simplemente, en nada. Será porque no recuerdo dichos sueños, pero la mayoría de las veces no sueño absolutamente nada, este no es el caso.
Me encuentro de pie, en una habitación completamente vacía cuyas paredes están pintadas de vivos colores. A mi alrededor no hay ninguna puerta, ni ninguna ventana que muestre indicios de salida. Me acerco a una pared al azar y coloco una mano sobre la lisa margarita dibujada. De repente se escucha un fuerte estruendo que retumba en toda la pequeña sala, y me veo obligado a sentarme en el suelo, puesto que aquella especie de grito, ha provocado una vibración en la sala. Cuando todo parece volver a su estado normal, una atronadora voz me hace dirigir la mirada al techo, que es la única zona que no tiene colores vivos y alegres, sino negro. Al bajar la vista ahogo un grito al contemplar que los colores llamativos han sido reemplazados por un terrorífico color rojo. Me pongo en pies rápidamente para situarme en el centro de la habitación y dirijo la mirada de nuevo hacia el techo, que ésta vez intenta comunicarme algo directamente a mí.
– Todo es culpa tuya. – Entona gravemente, a continuación hace ademán de gritar, pero acaba emitiendo una horripilante carcajada que me obliga a taparme los oídos.
– ¡No! – Grito una vez despierto, mirando aturdido a mi alrededor con los ojos todavía sin acostumbrar a la luz del Sol. – ¿Qué haces, gilipollas?
Me encuentro a mi hermano sentado de piernas cruzadas en el suelo al lado de mi cama, prácticamente doblado en dos por un aparente ataque de risa muda que a continuación irrumpe en mi cuarto. En cuanto para observo cómo una lagrimilla recorre su mejilla. ¿Qué acaba de suceder?
– Que he entrado a tu cuarto a hacerte una visita de hermano mayor, y te he encontrado sopa, pero lo gracioso es que tenías una cara de cateto que da gracias que no te he hecho una foto, que ahora que lo pienso, no es mala idea. – Se lleva una mano a la barbilla en gesto pensativo. – Otra vez será. Bueno, que no he podido evitarlo y me he acercado para hablarte, te he dicho cosas como que te ibas a morir y de repente te has puesto a tiritar, ha sido un pavo, me ha entrado la risa y luego no he podido parar. Buenas tardes, princeso.
– Fuera de aquí, idiota. – Le gruño a la par que agarro el cojín más cercano y se lo lanzo dándole de lleno en la cara.
– Joder con la Bella Durmiente, así jamás encontrará a su príncipe. – Sentencia antes de desaparecer de la puerta y esquivar otro de mis cojines.
Intento despejarme tras el desconcertante sueño y acabo contemplando el techo con total concentración.
¿Y si jamás encuentro a una princesa?
No hay comentarios:
Publicar un comentario